En ese acompañamiento a solas –una soledad bien organizada, puesto que, dice, la vocación de ser esposa o madre no la tuvo ni tampoco le dio tiempo para llevarla a cabo– sigue escribiendo literatura infantil que también ilustra; luego le dedica tiempo a la pintura y, antes de la contigencia provocada por el COVID-19 -situación a la que se ha adaptado- iba al taller de su hermano para moldear cerámica. Considera que el trabajo diario está por encima de las “musas” de la creación y sólo así las ideas se van materializando.
En el mismo año en que murió Francisco Franco (1975), Carolina, egresada como profesora de Nivel Básico y maestra en Lengua y Literatura Española por la Normal Superior Nueva Galicia de Guadalajara, Jalisco, solicitó una beca que otorgaba el gobierno de México a profesores de Literatura para estudiar en España, pero no recibió el apoyo, sin embargo, por sus propios medios llegó a un Madrid sitiado: allí estudiaría un curso de Literatura en el Instituto de Cultura Hispánica. Ella afirma que nunca ha tenido obstáculo ninguno para llevar a cabo sus planes, todo consiste en enfrentar y resolver, sin pensar tanto en el futuro.
Cuenta que en España era necesario irse con cuidado y no hablar “mal”, principalmente en los lugares públicos, donde la vida estudiantil expresaba una gran inquietud y necesidad de libertad -uno de sus compañeros del curso desapareció varios días, después supieron que lo sacaron del país-. Carolina dice que, aunque todos somos “animales políticos”, ella siempre se ha declarado apolítica, una postura que la ha llevado al plano artístico y a su gestión en la administración pública de la cultura.
En el ICA ocupó los cargos directivos del Museo José Guadalupe Posada; del Departamento de Publicaciones; del Pabellón Antonio Acevedo Escobedo en donde realizó el proceso técnico del acervo bibliográfico; de la Sección de Investigación Histórica, depediente de la Dirección de Casas de Cultura y Bibliotecas Públicas del Estado; y también como miembro y luego secretaria de la Comisión de Planeación del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes; miembro de la Comisión de Exposiciones; del Consejo Técnico de Alas y Raíces a los Niños de Aguascalientes.
Y, por otra parte, también fue miembro del Consejo de la Crónica del Estado, además de su trabajo como educadora durante 14 años en el Colegio La Paz y cinco en la Universidad Pedagógica Nacional en Aguascalientes. Y desde 1996 es miembro y secretaria del Seminario de Cultura Mexicana, Corresponsalía de Aguascalientes.
Carolina afirma que esa tarea administrativa en conjunto con la creación artística y la docencia es una labor mutua, de aprendizaje, que debe ser conducida con mucha responsabilidad ya que, dice, es necesario escuchar a los otros para que el ciclo de la cultura tenga resonancia y cumpla su objetivo: compartir conocimiento. Sin ese diálogo no se cumple el fin último del arte. Y es a través de ese diálogo que ha encontrado su propia voz, una vocación por las artes que, dice, ha llegado sola pero que debe ser compartida.
Es por ello que su labor fue reconocida en 1992 por el Fideicomiso Profr. Enrique Olivares Santana, que le otorgó el Premio Aguascalientes al Desarrollo de las Artes, entre otros reconocimientos como la Mención Honorífica en la Exposición Colectiva “América: 500 Años” convocada por el Centro de Artes Visuales en Aguascalientes. Además de exponer en otras latitudes como Estados Unidos, donde también realizó estudios de cerámica, escultura y hechura de papel en el Southwest Craft Center de San Antonio, Texas.
Para designar en sánscrito la palabra “corazón”, la milenaria lengua india utiliza el vocablo hrid, el cual significa “saltador” ya que hace referencia a los saltos que da el corazón en respuesta a las emociones. El 10 de mayo de este 2020 Carolina cumplió 83 años, su incursión en el ballet le dejó el hábito por el movimiento corporal, por lo que ahora practica yoga y tai-chi, pero su mejor hábito es mantener a su joven corazón saltando de alegría y felicidad, puesto que ella ha venido a llevarse la vida por delante.