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Cuando Marte era como la Tierra

Marte
Photo by NASA on Unsplash

Hay otros mundos, pero están en este

Eluard

Hubo una época en la historia de nuestro sistema solar en la que Marte, al igual que la Tierra, se encontraba rebosante de vida. No sabemos a ciencia cierta qué tan adelantada biológicamente era la especie marciana más inteligente en ese mundo, perdido para siempre en un cataclismo cósmico. 

Quizá nunca evolucionó más allá de lo que presentaba la vida en la Tierra en el Mesozoico. A lo mejor hubo una especie que superó intelectualmente lo que el hombre ha alcanzado hasta la actualidad. Quizá esta especie conquistó el espació marciano y colonizó la Tierra o simplemente comenzaba a curiosear con conquistar Deimos y Fobos[1], cuando se presentó el apocalipsis marciano. El cataclismo que destruyó a Marte escapa a la imaginación del mejor escritor de ciencia ficción.

Un cataclismo cósmico en Marte

Marte, en un cataclismo cósmico sin precedentes, colisionó contra otro planeta, extinguiéndose toda la vida con el impacto. Chocar no necesariamente, significa textualmente el impacto directo de dos planetas como bolas de billar, sino el desbaratamiento total del objeto celeste de menor tamaño mediante la intervención del Límite de Roche, (sistema natural defensor de planetas) convirtiéndose en millones de fragmentos, que, aunque causan un daño terrible al planeta impactado, no es equiparable al que ocasionaría el impacto directo del planetoide completo. El Límite de Roche, es un sistema natural de defensa para evitar la destrucción de planetas. Puede desbaratar al intruso antes del impacto.

Patten y Windsor creen que “Astra se acercó dentro de 5 mil kilómetros de Marte, bien adentro de su límite de Roche. Y fue desbaratado por las fuerzas gravitacionales y electromagnéticas, desperdigando el hemisferio marciano que daba con él, ocasionando una explosión de proyectiles de alta velocidad, todos provenientes de la misma dirección y al mismo tiempo”.[2]

El planeta rojo —debido a este cataclismo— perdió sus océanos y parte considerable de su atmósfera. Los restos del objeto que colisionó con Marte quedaron desperdigados en lo que hoy conocemos como la Nube de Asteroides. Deimos y Fobos son sólo dos de los miles de objetos similares que arrojó aquel cataclismo, quedando atrapados en la gravedad marciana.

Marte alguna vez tuvo agua en abundancia. Su superficie estaba pletórica de lluvia, ríos, lagos y océanos. Ahora no es más que es un terrorífico desierto rojo, un reino desolado sin la menor traza de vida.

Marte
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Cicatrices de Marte

Marte es un cadáver que muestra claramente las heridas que ocasionaron su muerte. El consenso científico, como un médico forense cósmico, coincide al afirmar que aquel cuerpo fue ejecutado por una inmisericorde lluvia de cometas y asteroides. Miles de enormes cráteres muestran las cicatrices de un mundo acribillado hasta su expiración.

El casquete sur muestra una cantidad considerable de impactos masivos, mientras que el casquete norte casi no tiene impactos de consideración. El hemisferio norte es una vasta cuenca, tres kilómetros en altitud más abajo que el hemisferio sur. Es como si millones y millones de camiones de carga cósmicos se hubieran llevado la tierra a otro lado.

Geografía marciana

Algo único y distintivo en Marte es el impresionante cañón marciano Valles Marineris, que corta de tajo una tercera parte de su ecuador. Es una gigantesca grieta de 4 mil kilómetros de largo, 200 kilómetros de ancho y una profundidad de diez kilómetros, lo que lo distingue como el cañón más grande del sistema solar.  El Gran Cañón del Colorado, en comparación con aquel monstruo marciano, tiene una milla de profundidad, una amplitud promedio de 16 km y 346 km de largo.

Por si eso fuera poco en cuanto a dimensiones récord, Marte también cuenta con los cráteres Hellas, Isidis y Argyre, los más anchos y profundos en el sistema solar y, como una justa compensación geográfica, en su otro lado cuenta con las protuberancias Elysium y Tharsis, del lado oriental donde brota el Valles Marineris.

Marte también cuenta con el monte Olimpo, el volcán más alto del sistema solar. Tiene una base de 550 km de ancho, y su altura es de 27,000 metros, su superficie total es de 283,000 km cuadrados. Su caldera es de 85 km de largo y 60 de ancho, con una profundidad de 2.5 km. Un verdadero coloso del sistema solar. 

El volcán está muerto, pero el sólo hecho de tenerlo ahí obliga a cuestionarse, qué acontecimiento cataclísmico pudo haber originado el nacimiento de una montaña con esas ciclópeas dimensiones.

Impactos de asteroides

Todo lo anterior nos permite entender que una colisión con un asteroide con una anchura de un kilómetro o más, se convierte en un evento catastrófico, en el fin del mundo de cualquier planeta donde esto ocurra. De hecho, la Tierra ha sufrido varios impactos de este tipo con objetos mucho más pequeños y sus profundas cicatrices lo avalan. El famoso cráter de Arizona, con sus 180 metros de profundidad y anchura de un kilómetro, fue causado por un bólido de 50 metros de diámetro.

Tunguska

El meteoro de Tunguska, evento ocurrido el 30 de junio de 1908, fue causado por un fragmento de 70 metros, cruzando el horizonte a cien mil kilómetros por hora. Estalló en el aire y con la onda expansiva devastó un gran sector del bosque siberiano, en una zona donde afortunadamente no había nadie para atestiguarlo.

Dinosaurios

El asteroide que acabó con los dinosaurios fue otro objeto masivo, esta vez de diez kilómetros de ancho, cuyo impacto en la Península de Yucatán fue equivalente a todo el arsenal nuclear con el que ahora cuentan las potencias militares del mundo.

El mundo de los grandes reptiles sucumbió ante aquel impacto celestial que dio paso al reino de los mamíferos. En un mundo donde las nubes estaban cubiertas de polvo por el impacto, y la fotosíntesis mermada por la oscuridad, fue difícil para los grandes saurios sobrevivientes conseguir comida. 

Los pequeños mamíferos con poquito alimento salían adelante, y más cuando este eran los mismos huevos de los pocos reptiles que luchaban por reponerse del ramalazo cósmico.

Tragedia de Marte

Marte —como ya sabemos— quedó herido de muerte con la lluvia de asteroides. Los pocos sobrevivientes que hubo posiblemente huyeron a la Tierra y a los satélites de Júpiter. Del desaparecido planeta décimo, que hubo entre Júpiter y Marte, no quedaron más que asteroides y fragmentos rocosos que se convirtieron en vagabundos errantes como Ceres y Titán; en lunas atrapadas como los satélites de Marte, o en anillos de otros planetas como Saturno y Júpiter.

La tragedia marciana bien pudo haber sido provocada por una eventualidad celestial, o quizá fue el campo de batalla de una gran guerra cósmica, en la que los habitantes del planeta desintegrado llevaron la peor parte.

¿Es el destino de toda civilización avanzada autodestruirse en el clímax de su desarrollo? ¿Es acaso el hombre el producto de aquellos sobrevivientes marcianos, que en su adaptación a su nuevo mundo transfirieron lo mejor de sí en el ADN de algún tímido homínido de la sabana africana?

El simple hecho de echar un vistazo a los cráteres de la Luna nos hace reflexionar que nuestro frágil mundo alguna vez estuvo en medio de una metralla cósmica. Gran parte de los cráteres terrestres de esas colisiones han sido borrado por el agua y la erosión. Los pocos que quedan nos deben prevenir que la muerte de nuestro mundo algún día llegará por los cielos en forma de un gran asteroide. Como el que arrasó con el casquete norte de Marte.


[1] En 1877, el astrónomo norteamericano Asaph Hall descubrió dos pequeñas lunas que giraban alrededor del planeta Marte. Les llamó Fobos (Temor) y Deimos (Pánico). Fobos es el doble que Deimos, y es la más cercana a Marte.

[2] Patten and Windsor, Scars of Mars, 18–19

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