“Desconfíen de quien se hace llamar maestro. Maestros ha habido muy pocos en nuestra civilización. El último fue Jesús”.
Daniel Ruso de los Heros
Daniel Ruzo de los Heros (1900-1991), investigador peruano famoso por sus libros sobre Nostradamus y montañas esculpidas por atlantes, dedicó 40 años de su vida a la protohistoria.
Además de ser poeta, profeta, fotógrafo, criptógrafo, arqueólogo y alcalde de Miraflores de 1940 al 42, este singular estudioso se apasionó por las montañas y peñascos de belleza natural, que mostraban evidencias de haber sido manipulados por una civilización antediluviana (y, en algunos casos, quizá hasta asistida por extraterrestres).
El dinero pareció nunca ser un obstáculo para Daniel Ruzo, quien lo mismo se podía pasar meses en la cueva de Tayos, Ecuador, como en Marcahuasi, Perú o Tepoztlán, México.
Este afamado criptógrafo, profeta, arqueólogo y fotógrafo recorrió el mundo para descubrir y catalogar lugares fascinantes con monumentos pétreos pertenecientes a culturas protohistóricas, entre ellas: además de Marcahuasi, donde encontró restos de una civilización perdida a la que llamó Masma, Sacsayhuamán, Ollantaytambo (ubicadas en Perú); Tiahuanaco, en Bolivia; Tepoztlán, México; Fontainebleau, Francia; Stonehenge, Inglaterra; Guiza, en Egipto; Los Cárpatos, Rumania, además de un lugar no especificado en Brasil.
Cuernavaca, hogar del gigante de Tepoztlán
En sus últimos años de investigación llegó a Cuernavaca, su hogar definitivo. Al atisbar el asombroso Valle de Tepoztlán desde el mirador de la curva la Pera en la autopista México-Cuernavaca, Ruzo inmediatamente reconoció a aquel valle como una zona mágica más de las denominadas zonas sagradas del mundo.
Frente a él, con ese ojo escrutador y calificado, distinguía claramente decenas de montañas que, para sus entrenados ojos, no eran otra cosa más que montañas monumento, enormes cerros esculpidos por una cultura protohistórica, con la ayuda de alienígenas.
El más significativo de estos es el Tepozteco, una montaña angosta de 600 metros de alto sobre el Valle de Tepoztlán, una montaña con forma de jarrón, con una roca más pequeña en la cima. De lejos, según Ruzo, se asemeja a un busto con el rostro de un hombre barbado de nariz prominente. Un rostro muy parecido al de los anunnaki de Sumeria.
En la cima, lo que sería la cabeza, se encuentra un templo piramidal formado por dos habitaciones y unas escaleras orientadas hacia el oeste. El templo tiene dos basamentos y presenta anchas alfardas con trece escalones, cuyo reducido tamaño obliga a subir utilizando las manos para evitar una mortal caída.
En el templo se encuentran dos piedras caídas con glifos. Una lleva el nombre del emperador azteca Ahuizotl y la fecha calendárica 10 Conejo (1502 d.C.), año en que murió este tlatoani.
Lo más relevante de esta zona es la apreciación de Daniel Ruzo, quien a lo lejos la vio como un rostro humano. El rostro se deformó por el sol, el viento, la vegetación y la lluvia. En el Valle de Tepoztlán existen otras esculturas protohistóricas similares a las de Marcahuasi, Río de Janeiro, Montes Cárpatos y Machu Picchu.
El rostro del Tepozteco fue esculpido para ser contemplado a gran distancia en dos dimensiones, dejando que la luz del sol y el juego de sombras interactúen, revelando sus secretos a los espectadores. Esa es la razón por la que Ruzo tuvo que tomar cientos de fotografías en diferentes horas del día y durante varios meses.
Así salieron a la luz detalles tan sorprendentes, grabados como símbolos y figuras que decoran el manto de la estatua. Ahí resalta claramente un rostro severo y un extraño número 5 a un lado. Se requieren dos millones de años para que un monolito como el Tepozteco, por la erosión agarre casualmente su forma actual, y podamos decir: “Ah caray, eso parece una cara”.
¿Quién esculpió al gigante de Tepoztlán?
Para que el sacerdote barbado de Tepoztlán se considere esculpido por humanos, debería tener no más de diez mil años de antigüedad. El desgaste de la cabeza es desproporcionado con el resto del cuerpo. Si hubiera sido erosión pura la que lo formó, hubiera tomado mínimo un millón de años y tendría la forma de un bolo de boliche, y no es así. Parece un cilindro con un sombrero arriba.
Subir al Tepozteco es una diversión única en Tepoztlán. Todos los días es visitado por cientos de turistas y deportistas que suben sus empinadas y resbalosas escaleras hasta llegar a la cima, y desde el templo azteca contemplan el deslumbrante Valle de Tepoztlán. Cientos de turistas en las últimas décadas aseguran haber visto alguna vez ovnis desde su cima.
¿Qué cultura precolombina fue la que esculpió el Tepozteco, y con qué herramientas lo hizo, ya que las paredes no muestran golpes de cincel por ningún lado? ¿Fueron acaso alienígenas, quienes, desde el aire, con poderoso láseres o rayos removedores de roca esculpieron la montaña a su gusto, para dejar constancia de que existió otra humanidad? ¿Fue acaso la estatua del sacerdote barbado, una especie de Coloso de Rodas o Estatua de la Libertad, para ser visto desde el aire a cientos de kilómetros?
Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas de Penguin Random House: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca” y “Santa Anna y el México Perdido”; y de Lectorum: “Juárez ante la iglesia y el imperio”; “Kuntur el inca” y “Vientos de libertad”. Facebook @alejandrobasanezloyola