El ADN y, por consiguiente, la vida no pudo crearse por sí misma. Pero, por otro lado, la vida ha claramente siempre estado ahí, por lo que piezas del ADN (genes) pueden ser analizadas y recreadas en cualquier momento en un laboratorio. O debe siempre haber existido (lo cual no es el caso) o le debe su existencia a una planeación inteligente con un propósito, es el resultado de un plan diseñado…
Vollmert, Bruno Schöpfung. Freiburg, 1988
El hombre en su estado evolutivo de homínido deambuló por milenios sobre los extensos pastizales africanos. Luchaba desesperadamente por sobrevivir y, por ende, evolucionar hasta convertirse en la especie más inteligente del planeta.
Su caminar erguido, junto con su visión binocular, le dieron la ventaja de contemplar a mayor altura su entorno, y poder así detectar a tiempo a los depredadores acechando entre la sabana. La lentitud al escapar, y la ausencia de algún arma con que defenderse, lo hacía un platillo fácil para los poderosos felinos de la pradera.
Su mayor preocupación era simplemente comer, reproducirse y sobrevivir a los ataques de los depredadores. Fue así como un día encontró mejor protección dentro de las cavernas. Ahí, en compañía del recién descubierto fuego, se convirtió en un animal peligroso y temido.
Las fieras temían al fuego y, por ende, se mantenían lejos de sus anaranjadas flamas, dando un reposo a su portador. Su mente, al no sentirse en inmediato peligro, comenzó a tener periodos de descanso en lo que captaba cosas nuevas. Una de ellas fue la inmensa bóveda celeste con sus misterios.
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Ese pensar relajado dio origen a lo que podríamos llamar religión. El hombre, protegido del inclemente clima, con el estómago lleno, en la comodidad de un refugio y sin pensar en ser devorado por un carnívoro, comenzó a analizar su fragilidad y muerte.
Su flaqueza como un animal más en la pradera, dio paso a pensamientos más elevados y complejos que desembocaron con la concepción de un creador. Momentos así quedaron plasmados en las primeras pinturas rupestres en Europa.
Navegantes del cosmos
Aquel salto evolutivo jamás se hubiera dado en el hombre si no hubiera intervenido algún visitante del cosmos. Al manipular el ADN de un homínido para aumentar su inteligencia lo convirtió en el Hombre de Cromañón. Este poderoso híbrido vino a desaparecer del mapa al Hombre de Neandertal, también manipulado genéticamente. Posteriormente, dio paso al hombre moderno, constructor de ciudades, armas de destrucción masiva y naves espaciales.
Los neandertales y cromañones, experimentos genéticos alienígenas, se encontraron en Europa. Los primeros se llevaron la peor parte, al ser exterminados por la superioridad de los cromañones. Estos, dotados con una mayor inteligencia y una carga de virus nuevos, en poco tiempo diezmaron a los neandertales. Así como les ocurrió a los indígenas de América al encontrarse con los invasores españoles.
Los investigadores no dudan que estos protohombres se hayan enfrentado en sangrientas guerras, en las que los neandertales se llevaron la peor parte. Esto se debió a que los cromañones desarrollaron armas más sofisticadas y planeaban mejor sus batallas con trampas y estrategias efectivas.
Aquellos visitantes siderales jugaban a ser dioses dentro los laboratorios de sus naves espaciales. Manipularon irresponsablemente el ADN de un homínido. Y crearon al Homo sapiens, un Frankenstein con capacidades desconocidas para sus mismos creadores.
Jugaron con sus genes, así como nosotros hacemos con los perros, gatos y ganado, creando razas nuevas mediante cruzas calculadas. Estos seres del espacio definitivamente mostraron que eran seres superiores o dioses, mas no el dios supremo.
Ingenuamente, los viajeros galácticos, de paso por nuestra galaxia, cometieron el error de crear a una nueva especie destructiva y letal para la vida del planeta. Un híbrido peligroso que en muy pocos milenios llegaría a niveles de autodestrucción con la manipulación del átomo.
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Nosotros, los humanos, hoy en día manipulamos irresponsablemente el ADN. Las consecuencias de tamaña infamia de jugar a ser Dios la pagaremos muy caro algún día. Somos los dioses de los perros y otras especies del planeta, así como estos viajeros intergalácticos alguna vez lo fueron de nosotros.
Si nos encontráramos con un neandertal en una lujosa tienda departamental, vistiendo un elegante traje con corbata, simplemente diríamos que ese tipo tiene cara de mono. Pero no pasaría a más, ni nadie gritaría que aquel hombre es un monstruo.
Mucho menos ocurriría con un cromañón, que, con su frente más amplia y frontal, pasaría como cualquier jugador de la Champions League o como alguien cruzando la calle en Times Square.
Regreso al cosmos
Cuando el Homo sapiens levantó su vista por primera hacia el cielo, supo que algo de él, de ahí provenía. Ese extraño híbrido que acabó con los neandertales seguramente tenía un ADN modificado con la añadidura intelectual de estos viajeros galácticos, lo cual le dio un cerebro supremo para iniciar su larga carrera de retorno hacia las estrellas.
La escena de la obra maestra de Stanley Kubrick, 2001 Odisea del Espacio, donde un homínido lanza un hueso hacia el cielo y este se transforma en un base espacial, ejemplifica perfectamente lo arriba explicado.
El hombre actual proviene de las estrellas. Es un náufrago del cosmos en su incesante búsqueda por regresar a su estrella original. El destino del hombre es poblar otros mundos. Si no se autodestruye antes, es un hecho que pronto lo logrará.
Actualmente, ya hay astronautas que viven meses en estaciones espaciales orbitando la Tierra. El siguiente paso obligado es colonizar la Luna, Marte o alguna luna de Júpiter. Cuando esto ocurra, aquel náufrago del cosmos habrá dado un paso de regreso a casa.
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