Alejandro Basáñez Loyola
Autor de las novelas históricas: México en llamas; México desgarrado; México cristero; Tiaztlán, el fin del imperio azteca; y Santa Anna y el México perdido, de Ediciones B.
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Eran las diez de la mañana del 3 de junio de 1929 en la hermosa Hacienda del Valle en Atotonilco, Jalisco. El general Enrique Gorostieta y diecisiete de sus hombres descansarían ese día en la hacienda para planear sus siguientes ataques. Tenían en la mira la toma de ciudades importantes como Guadalajara, Aguascalientes o Morelia.
Gorostieta se encerró en una enorme habitación donde no entraba la luz por las gruesas ventanas y puertas de mezquite. Las golondrinas que habían hecho osadamente sus nidos en el interior del cuarto, huyeron antes de que el general cerrara la pesada puerta.
En las afueras de la hacienda, los federales se preparaban para atrapar al líder de los cristeros. El coronel Nungaray, incondicional de Saturnino Cedillo, había recibido el pitazo de un cristero traidor.
La fuerza federal invadió el sitio. Los dieciocho cristeros: Enrique Gorostieta; Heriberto Navarrete; Alfonso Carrillo; Rodolfo e Ildefonso Loza Márquez; Alfonso Garmendia; José Ocampo; Rafael de Anda; Juan Valenciano; Luis Valle; los hermanos Ignacio, José María y Felipe Angulo; Josecillo; Jerónimo y tres más fueron sorprendidos dormidos o desayunando. No pusieron resistencia al arresto.
Los balazos despertaron a Gorostieta, quien rápidamente abandonó su cuarto para trepar a su caballo. Al intentar huir, su potro fue herido de muerte cayendo de costado. La pierna del cristero quedó atrapada debajo del cuerpo del animal. Al intentar zafarse, un balazo le reventó la cabeza. Así terminó su vida, a tan solo diecinueve días de la firma de paz con el gobierno.
El líder intelectual de la Cristiada, desde su inicio hasta su final, fue el Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez (1864-1936), conocido como El Chamula, por haber sido obispo de Chiapas de 1902 a 1912. Fue expulsado cinco veces de su arquidiócesis y varias veces se salvó de ser fusilado por sedicioso. Durante el movimiento cristero, se mantuvo oculto debido a que había órdenes del gobierno de fusilarlo donde se le encontrara.
Consciente de que su rebelión no inquietaría a Plutarco Elías Calles, salvo que en verdad hubiera un líder militar que la encabezara magistralmente, El Chamula contrató al artillero ex porfirista Enrique Gorostieta Velarde, quien aceptó la oferta al lograr obtener un seguro de vida de veinte mil pesos y un sueldo mensual de tres mil pesos en oro. En caso de muerte, la Liga de la Defensa Religiosa enviaría a su bella esposa Tula y sus niños a EUA. Además, se haría cargo de la seguridad de la familia y de darles trabajo en alguna de las instituciones que la Liga manejaba a nivel nacional y en el extranjero.
Con esto de soporte, el ex militar y fabricante de jabones tomó las riendas del ejército cristero obteniendo resultados notables desde el comienzo, lo que preocupó al presidente Calles y al general Joaquín Amaro.
Gorostieta era tan eficiente y organizado en sus ofensivas, que pronto se convirtió en una seria amenaza para el gobierno callista. Dentro de sus ambiciosos planes estaba la toma de Guadalajara, Aguascalientes y Morelia. Si la luz del éxito lo seguía acompañando, emularía a Hidalgo, llegando hasta los pies de la capital del país; pero él, a diferencia del cura, sí la tomaría a sangre y fuego.
Plutarco Elías Calles pregonaba que con el cierre de las iglesias, el culto se iría perdiendo 2 por ciento a la semana, hasta que a nadie le importara tomar misa y la religión católica quedara en el olvido, como ocurrió con las creencias religiosas de los aztecas, tarascos y chichimecas.
El violento México Cristero que se desató tras la promulgación de la Ley Calles en 1927, nos dejó como enseñanza que no existe gobierno que pueda controlar a un pueblo que desee sacrificarse por Dios. Lo que comenzó como un movimiento pequeño e insignificante, tuvo que ser controlado y pacificado con la sensatez del Vaticano, la resignación del gobierno mexicano y la oportuna intervención de Estados Unidos por medio de su embajador Dwight Morrow.
Con la pacificación del país en 1930, se dio inicio a la reconstrucción de la economía, bastante convulsionada por el ramalazo de Wall Street en octubre de 1929 y la devastación del campo y la industria por veinte años de constante guerra.
México de nuevo se apoyó en las divisas que le generaba el petróleo controlado por los norteamericanos; pero no fue suficiente para lo que ambicionaba y necesitaba una nación en desarrollo.
En 1934, llegó al poder Lázaro Cárdenas, el supuesto cuarto pelele del Jefe Máximo. Para sorpresa mayúscula de todos, Cárdenas no fue ningún dominguillo y en cuestión de meses puso a Calles en el exilio y expropió el petróleo (1938). Estados Unidos, no acostumbrado a una situación como esta, amenazó con castigar a su vecino por semejante arrogancia; pero la Segunda Guerra Mundial estalló.
Ante los constantes coqueteos de Hitler, Estados Unidos apoyó la expropiación y convirtió a México en un socio fuerte para hacer frente a las naciones del eje Berlín-Roma-Tokio.
México es un país en su mayoría católico. La religión es algo sagrado para la gente e independientemente de las creencias que un gobierno tenga, debe respetar la libertad de culto de su pueblo y, por ningún motivo, intentar reprimirla o atacarla.