Cruzar países enteros en bicicleta con solo lo indispensable encima se ha convertido en una aventura que cada vez más personas intentan. Pero eso no significa que sea una actividad para cualquiera. Se necesita determinación y temple para realizar un viaje como estos.
Pablo Cisneros y Laura Luna son dos cicloviajeros que partieron de Aguascalientes para atravesar parte de América Latina en bicicleta. Su experiencia demuestra que no es necesario tener mucho dinero ni ser un deportista de alto nivel para atreverse a recorrer el mundo en dos ruedas.
La idea de vivir esta aventura surgió cuando un amigo de Pablo le contó sobre los cicloviajeros. Al principio, le pareció algo curioso y casi imposible. En diciembre de 2013, en un viaje que hizo a Chiapas junto con Laura, su perspectiva cambió. Ahí conocieron a dos cicloviajeros y uno de ellos, en especial, les hizo pensar que la travesía era posible: el hombre viajaba con poco dinero y su condición física, al menos a la vista, no era la de un atleta.
Pablo comenzó su recorrido a finales de septiembre de 2014 y duró dos años en el camino. Su objetivo era llegar a Cusco, Perú; sin embargo, el viaje terminó por extenderse hasta la frontera entre Paraguay y Argentina.
En diciembre de ese mismo año, Laura voló a Colombia para alcanzar a Pablo. Como no tenía bicicleta comenzó a viajar de aventón. Al poco tiempo, le regalaron una. Llegó hasta Perú; pero tuvo que regresar a los seis meses por compromisos que tenía en casa.
Aunque el camino que hizo cada uno fue muy distinto, hay puntos en los cuales coinciden, sobre todo en los aprendizajes. Estas son algunas de las enseñanzas más valiosas que les dejó esta travesía:
Conocer los límites del cuerpo
Antes de comenzar el viaje, Pablo hizo una planeación minuciosa sobre las rutas y kilómetros que recorrería cada día. Al principio, avanzó muy rápido: en un mes cruzó la frontera entre México y Guatemala. Estaba preocupado por cumplir el itinerario para llegar a Cusco.
En Panamá, se cortó la pierna y se vio obligado a reposar unos días. “Tuve tiempo para reflexionar. Cuando crucé a Colombia decidí que me detendría a pasar los días que tuviera que pasar en cada lugar”, cuenta.
Uno de los retos más difíciles para Laura fue convencerse de su capacidad física. “Es una cosa de la cabeza más que del cuerpo. Si la cabeza quiere, las cosas salen. La primera parte física y de la cabeza fue un poco dura. Los primeros días me dolían tanto los brazos y piernas que no podía dormir”, comenta.
Al inicio de su cicloviaje, se detenía cada tres kilómetros. Al cabo de diez días, la situación mejoró: se sentía como otra persona. Se dio cuenta de lo que podía y no podía hacer. Eso la hizo sentirse empoderada y que, después de eso, podía hacer cualquier cosa.
Perder el miedo a la incertidumbre
Para Laura, hay una característica que los cicloviajeros comparten: no temen desconocer en dónde dormirán o si el dinero que llevan será suficiente. En resumen, no les da miedo la incertidumbre. “El viaje se sufre. Sabes de dónde sales, pero no a dónde llegarás”, dice convencida.
Darse cuenta de que en todos lados hay personas amables
La amabilidad de la gente, sin importar el país, fue una de las cosas que más les sorprendieron: “Confiar en un desconocido es muy difícil, pero hay gente que lo hace. Hay quien te abre su casa, su espacio, su privacidad, sin conocerte, y te brinda lo mejor que tiene. Fue algo que nos pasó mucho en todas partes. La gente nos ayudó mucho”, menciona Pablo.
Confirmar que el mundo es un lugar hermoso
“Su belleza es brutal y la tenemos ahí a la mano”, dice Pablo.