Imanol Martínez no podría describirse como una persona triste. Al conversar es jovial, generoso, pasa fácil de hablar sobre Mad Men a mencionar una entrevista con el líder de The National; al leerlo, sin embargo, se descubre a un autor que explora los contornos de las despedidas.
“Hay un universo temático, semántico, no sé cómo decirle, que me interesa mucho y tiene que ver con esos momentos finales, cuando algo deja de ser[…] Me gusta pensar que esa es mi voz literaria, no necesariamente es que vea la vida así. Por el contrario, creo que en la vida personal soy de cosas que duran, como amistades, pero sí es mi tema literario”, comparte.
Dramaturgo y narrador queretano, cursó estudios de Filosofía en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), así como el máster en Creación Literaria por la Universitat Pompeu Fabra, Barcelona, y la maestría en Comunicación y Cultura Digital en la UAQ.
Ha sido ganador del I Concurso de Cuento Ignacio Padila (2016), del Premio Nacional Manuel Herrera de Dramaturgia (2016 y 2020), y del Premio Nacional de Novela Joven José Revueltas (2021). Además, junto con Patricia Estrada, es coordinador y programador en el Festival de la Joven Dramaturgia.
Con piezas teatrales como Neighborhood (2016) o las tres contenidas en Tríptico sobre las despedidas (2017), un libro de no ficción sobre su estancia en Barcelona, Blau Cel (2016), o la novela Desahucio (2021), sobre la muerte impostergable del chef David, Imanol Martínez construye una obra elástica y certera, cercana al futbol, a la música, a las series, pero también a lo cotidiano y a la dicha de los encuentros.
“A lo mejor se trata de eso: de crear intentando huir del entorno inmediato en busca de un sitio mejor iluminado”, escribe en la antología Por qué escribo, editada por Gris Tormenta.
Un ambiente de hábitos lectores
Hijo de la periodista cultural Dora Elizabeth González y del fallecido analista político Ezequiel “Cheque” Martínez, creció en un ambiente de libros. Su padre fue un incisivo crítico, durante 26 años conductor del programa “A Micrófono Abierto” de Radio Universidad.
Su madre, ahora jubilada, es una gran lectora. Además de entrevistar a autores y diversos artistas, por mucho tiempo se dedicó al teatro. La hermana mayor de Imanol también se formó como actriz. Esa cercanía —reforzada actualmente con su pareja que también es actriz— explica mucho de su camino:
“Creo que lo raro hubiera sido que yo les dijera, ‘bueno, ya descubrí que mi vocación es la contaduría o el derecho o una ingeniería’”, comenta entre risas.
Esos hábitos lectores se formaron primero en la fascinación por los personajes de los cómics: “Desde muy pequeño me compraron libros, sobre todo cómics. Era muy fan y además dibujaba. Mi sueño era ser creador de cómics de grande. Creo que cuento historias, no necesariamente en los cómics, porque he descubierto que no soy bueno dibujando, o muy pronto lo descubrí, pero sigue ahí la idea de contar historias”.
Elogio de los maestros
En la juventud, Imanol asistió a talleres literarios. En Querétaro, la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM) tenía una delegación, donde se han formado diversos autores.
Un grupo “medio de rebeldones” decidió crear su propio seminario: coincidían figuras como Ignacio Padilla (narrador y ensayista, autor de libros como Arte y olvido del terremoto o La vida íntima de los encendedores), Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (dramaturgo, abreviado con reservas como LEGOM, autor de Las chicas del tres y medias floopies o Demetrius), o Luis Alberto Arellano (poeta y ensayista, autor de De pájaros raíces el deseo o Bonzo).
Con estas y otras figuras, a quienes nombra como maestros, Imanol arrancó en la escritura desde la preparatoria. Por ejemplo, recuerda de LEGOM: “Un tipo muy generoso, que podía mandar comentarios a un texto de un chavito de 17 años”.
A la manera en que George Steiner elogiaba las lecciones de sus maestros, Imanol agradece la fortuna de compartir con estos autores ahora fallecidos:
“Aún y cuando hoy en día se reivindiquen nuevas formas de colaboración, de trabajo, que sean más horizontales, me parece muy importante que uno tenga maestros: que tengas alguien en quien confiar o en cuya visión confiar”, comparte.
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Barcelona, una ciudad para formarse
Al momento de elegir carrera, decidió la filosofía. Pensaba que la lectura de Foucault o de Hegel requería de guías. Ya casi al final de sus estudios, comenzó a impartir talleres y ver montadas sus obras; supo que lo de la escritura iba en serio.
Por consejo de Luis Alberto Arellano (que también recibió su ahora gran amigo Jaime He), pensó en el máster en Creación Literaria de la Universitat Pompeu Fabra:
“Nos dijo eso: ‘vayan a un máster en creación literaria y vuelvan’. Esos fueron los dos consejos: irnos y regresar”.
Imanol dice en broma que, si pudiera, volvería a cursar al máster. Clases con Enrique Vila Matas, Juan Villoro o Martín Caparrós. La construcción de un espacio provisorio y compartido con otros latinoamericanos “sin nadie más que a nosotros mismos”, recuerda. La sede del Barça, templo del fútbol europeo. La capital de una comunidad que vota el “sí”. Una ciudad que se volvió segunda casa.
Esas y otras imágenes aparecen en Blau Cel, su libro de no ficción que abarca desde la llamada transocéanica al amigo cuya madre fallece o una meditación sobre los no-lugares que son los aeropuertos.
Sobre el máster, Imanol reconoce que le permitió formarse y ver la escritura como un oficio. Cercano hasta entonces más al teatro, buscaba explorar otros géneros: el cuento, la novela, el ensayo o la crónica. Su proyecto final del posgrado con el tiempo sería Desahucio, la novela con la que ganó el Premio José Revueltas.
“Esta despedida mientras pienso en otra cosa, cualquier cosa. Una ciudad que se confunde detrás de la ventana / Los abrazos / Las promesas / Las muchas formas de volver a casa”, cierra Blau Cel. Era tiempo de volver.
Un lector que desarma textos
En la obra de Imanol, hay un rasgo formal característico: la elasticidad. Quemar las naves une falsa biografía y teatro para relatar la vida de Remedios Varo. Montecassino: relatos para el fin del mundo juega con el formato de las radionovelas para retratar el inminente apagón. Neighborhood, ganadora del Premio Manuel Herrera, lo hace con las series televisivas: dos amigos se reencuentran en la regrabación de un show que protagonizaron hace años.
“A mí me gusta mucho eso, todo el tiempo intento ver qué le roba un género al otro. De hecho como lector son los libros que más me gustan, esos que no sabes qué estás leyendo, si es un perfil, o es un ensayo, qué cosa es. Yo me siento muy cómodo pensando en la hibridación de géneros”, afirma.
Entre los grandes legados del máster, Imanol agradece la figura de Jorge Carrión (otro maestro, autor del íntimo itinerario de Librerías) o su formación en el desengranaje literario:
“Me ayudó a ser un lector que desarma textos. En esa medida aprendí a manejar herramientas de cada uno de ellos, identificar cómo funciona un cuento, una novela, sus estructuras. Lo más importante para mí es cómo hacerlos dialogar, cómo mezclar todos esos conocimientos”, remarca.
Fanático de series y pambolero
Breaking Bad, Mad Men, Los Soprano, Peaky Blinders, Shameless (UK) o Succession han construido universos que habitamos y desearíamos siempre prolongar. En Teleshakespeare, Jorge Carrión ha mostrado la gran complejidad narrativa de diversas series contemporáneas.
A la par, está el deporte, ese rito cotidiano, entre lo mundano y lo sagrado. David Foster Wallace hablaba de la “belleza cinética” en El tenis como experiencia religiosa. Jean-Philliope Toussaint escribía en “La melancolía de Zidane” sobre los significados del cabezazo jánico de Zizou en el Mundial del 2006.
Imanol se nutre de estos mundos. Sobre el primero, recuerda que se aficionó en Barcelona “porque tienes mucho tiempo libre, pasas mucho tiempo solo y entonces la tele siempre es buena compañía”, menciona entre risas.
Por ejemplo, recuerda que en el Centro de Cultura Contemporánea, en Barcelona, durante el festival Kosmopolis, se celebró una mesa específica para discutir el final de Mad Men.
“Me gusta mucho Mad Men, me parece muy literaria. Por ejemplo, el momento en que Don Drapper ve a la maestra bailando, y él lo que hace es tocar el pasto,o sea, cómo todo eso dice mucho más que lo que diría de otra manera, por ejemplo, un narrador en off. Pensaba cómo funciona en literatura y decía: ‘eso es como Cheever, como Carver, no te dirían que está pasando por la cabeza de Jon Hamm’”, resalta.
Sobre el segundo, Imanol Martínez se reconoce profundamente bambolero: “Entre el fútbol y el béisbol pierdo mucho tiempo. Es algo en lo que estoy interesado constantemente”.
Esa fascinación por el deporte se observa en algunas de sus obras de teatro o en el texto sobre José “Jamaicón” Villegas, un personaje que, dice el mito, sentía tanta nostalgia de casa que no podía jugar bien en el extranjero: “Cuando hay algo que te mueve, algo que conoces bien, y a partir de eso puedes reflexionar, funciona más bien como el vehículo para pensar otras cosas”.
“Supongo que hay gente que es muy culta y entonces puede decir, claro, como en la ópera tal, ¿no? Yo no. Mis referentes son esos: la televisión, el fútbol, la música”, dice.
Dar su justo peso a las despedidas
Actualmente en la dirección del Festival de la Joven Dramaturgia, una plataforma fundamental para la difusión de la escritura dramática en México, Imanol Martínez continúa una obra ligada al acto luminoso de despedirse:
“Creo que los momentos que guardo son cuando tenía que despedirme de personas. Hasta la fecha me da una angustia tremenda, y a lo mejor es una cosa personal de mi historia familiar, mi psique, lo que sea, pero ese momento de mayor flaqueza, cuando le pones palabras a eso, cuando alrededor de eso construyes un discurso o una idea, puedes llegar a verlo desde otro lado, desde cierta luminosidad. Los finales también pueden ser luminosos”.
Finales que guardan el recuerdo de lo vivido, lo compartido. Finales que celebran los encuentros, como los dos amigos que se despiden en Deshaucio. Finales necesarios, gratos, como el de este texto.