Agustín de Iturbide se encontraba harto de los perniciosos ataques en el Bajío del salamantino Albino García. Era difícil enfrentarlo porque no daba la cara y nunca se sabía dónde atacaría; cuando lo hacía, no duraba mucho tiempo ahí, evitando así enfrentar al ejército realista. El general Diego García Conde, harto de sus escaramuzas, dio un ultimátum a su subalterno Agustín de Iturbide para acabar con esa plaga del Bajío lo más rápido posible.
Iturbide ideó un plan para atrapar al “Manco” García. Envió a uno de sus hombres de confianza a que se infiltrara en la tropa rebelde de Albino. Su misión era seducir al secretario de Albino García, de apellido Rubio, de que recibiría una jugosa recompensa en oro si informaba con un buen tiempo a Iturbide, dónde se quedaría por unos días el ejército rebelde. De este modo Iturbide y su gente tendrían tiempo para enfrentarlo y poner fin a este violento foco de insurrección.
Los días pasaron, y además de haber más ataques escandalosos en el Bajío, nada se sabía del mensajero de Iturbide. García Conde estaba desesperado y poco le faltaba para correr a Iturbide de sus filas, hasta que una soleada tarde irrumpió en el campamento su fiel espía, informando que Albino se encontraba enfermo en Valle de Santiago. Estaría reponiéndose por un par de días, por lo que debían lanzarse sobre la población lo más pronto posible y poner fin a esa amenaza del Bajío de una vez por todas.
Iturbide sabía que su prestigio y futuro estaban en juego en su intentona de capturar al célebre bandido insurgente.
Iturbide en el Valle de Santiago
Con sigilo se movió hacia Valle de Santiago. Llegando a cierta distancia del pueblo, discutió con uno de sus nuevos hombres, un italiano con el que ha sostenido varias charlas que han hecho que le cargue un especial afecto.
—¡Hasta acá llegamos! Acercarnos con más gente nos delataría ante sus espías. Un ejército avanzando en esta polvareda se ve a kilómetros de distancia, y Valle de Santiago está ubicado entre varios cráteres polvorosos que bien pueden servir como escondites o como promontorios para vigilar nuestro avance.
—Sugiero que nos lancemos con todo el ejército, señor. Contamos con el factor sorpresa. En un ataque relámpago, los rodearíamos a todos y seguro los acabaríamos —comentó Vicente Filisola, un joven de complexión delgada con cabello rizado hasta las patillas. Su acento italiano era muy distintivo al hablar.
—No, Vicente. Esta vez será a mi modo. No pienso cometer el mismo error.
Filisola lo miró con desconcierto. Aunque él mismo había pedido unirse al ejército de Iturbide, por la admiración que le profesaba, también contaba con amplia experiencia marcial en España contra las fuerzas Napoleónicas. Era un elemento digno de admiración y respeto dentro de sus filas.
—Nos acercaremos cincuenta hombres dispersos para no llamar la atención. Entraremos en distintos tiempos y entradas para no llamar la atención al pueblo. Una vez adentro, nos lanzaremos contra los albinistas, que no será difícil identificar, ya que casi todos cargan con la estampa de la virgen en sus ropas y sombreros. El resto del ejército, entonces sí nos apoyará, una vez que hayamos empezado el ataque.
Dentro del pueblo no se notó la entrada de los realistas, desperdigados en distintos lugares y luciendo como cualquier cristiano, nadie sospechó que estaban rodeados por cincuenta realistas listos para caer sobre los sospechosos.
Agustín dio la señal a sus hombres, y sacando sus armas escondidas en carromatos con verduras, se lanzaron sobre los insurgentes que ni tiempo tuvieron de defenderse. Muchos de ellos andaban desarmados, borrachos, encamados con una dama o durmiendo la mona.
Dentro del grupo de insurgentes se encontraba Jacinto Iturbe, quien al notar el ataque sorpresa se deshizo de la estampa de su sombrero y corrió ayudar a la dama de la que se había perdidamente enamorado las últimas semanas.
—¡Vámonos María, que tenemos que escondernos! Iturbide nos ha caído por sorpresa y nos matarán a todos. Tira la estampita de la virgen que con esa nos están identificando.
El pueblo se volcó en protestas e insultos por el sorpresivo ataque. Algunas mujeres arrojaban frutas podridas y lanzaban improperios a los soldados. Iturbide, confiado en la señal de humo de un incendio ocasionado por él, esperaba la llegada del grueso de su ejército para tomar control absoluto del pueblo y encontrar a Albino.
Iturbide ordenó que revisaran casa por casa, ropero por ropero, tejado por tejado, aljibe por aljibe, hasta encontrar a todos los insurgentes, principalmente al Manco García, por el que habían venido.
Debajo de una destartalada cama fue sacado el enclenque Manco, tembloroso por la fiebre que lo aquejaba.
La operación había sido un éxito. En el portal viejo de Valle de Santiago fueron congregados ciento cuarenta insurgentes. Iturbide ordenó que fueran fusilados ahí mismo sin ninguna contemplación. En cuestión de minutos ciento cuarenta vidas fueron apagadas ante el terror y azoro del pueblo. Albino García junto con su escolta fue llevado a Celaya, para que delante del general García Conde fuera ejecutado.
Iturbide vuelve victorioso
El 5 de junio de 1812, en el cuartel de García Conde en Celaya, Iturbide presentó a Albino García y sus hombres con su superior. García Conde con mirada burlona se paseó frente a ellos y se detuvo especialmente frente a Albino García, a quien soezmente dijo:
—¡Hasta aquí llegaste pinche manco asesino! Se acabaron tus guerrillas de mierda matando inocentes. Y ustedes, por pendejos, seguirán la misma suerte que este pinche indio. Pondré sus cabezas sobre picas en las entradas de Celaya, Irapuato y Guanajuato. A ver si hay algún otro pendejo que se anime a seguir su puta suerte.
Un mes después, el 8 de julio, Albino García y su hermano Francisco fueron fusilados en la plazuela de la Cruz en Celaya. Albino fue cruelmente descuartizado. Su testa fue posicionada en la calle de San Juan Dios para escarmiento del pueblo, una mano fue llevada a Guanajuato, al cerro de San Miguel; la otra, que tenía estropeada, y que le dio el apodo de “El Manco”, fue llevada como trofeo a Salamanca, su tierra natal, donde estuvo exhibida por años sobre un poste.
Este grandioso triunfo de Agustín de Iturbide le hizo ganar el odio de los insurgentes y el puesto de teniente coronel en el ejército realista. Atrapar a Albino le costó fusilar a ciento cincuenta hombres y matar en combate a otro tanto, para tomar por completo Valle de Santiago. Trescientos muertos para capturar a un solo hombre. Una carnicería. García Conde lo condecoró como un gran héroe, ante la tortura interna del “Dragón de Hierro”, quien se sentía un asesino irreconocible en busca de una nueva identidad dentro del sangriento ejército realista.
Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas de Penguin Random House: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca” y “Santa Anna y el México Perdido”; y de Lectorum: “Juárez ante la iglesia y el imperio”; “Kuntur el inca” y “Vientos de libertad”. Facebook @alejandrobasanezloyola