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John Redlove, ser ese músico que acompaña

Un piano en la casa de los abuelos. Una tornamesa que reunía a toda la familia. Todo un año tocando “Wonderwall” ininterrumpidamente. Una botella vacía de Sprite, de tres litros, en que depositaba monedas y una leyenda que la enmarcaba: “Toda esta gente cree en tu música”. Un EP, un LP, un proyecto nuevo por venir.

Con la guitarra a cuestas y ganas de comerse al mundo, John Redlove es un joven cantautor mexicano que ha apostado todo por la música. Tras tocar en el parque México de la CDMX, trabajar como velador en un beach club, ha lanzado Nothing matters, su primer EP, y Love, un LP sobre la cíclica experiencia del amor, acompañado por el actor Hugo Stiglitz y producido por Héctor Ruiz.

Ahora mismo, está embarcado en la creación de un nuevo proyecto, grabado en ParSonics, el mítico estudio de Alan Parsons (ingeniero de sonido de discos como Abbey Road o Let it be de The Beatles, o The Dark Side of the Moon de Pink Floyd).

De “Wonderwall” al Parque México

Dado que su abuela era concertista, un piano reposaba en la sala. John recuerda que jugaba ahí cada tanto, así como a su familia reunida para escuchar música alrededor de una tornamesa. A los doce años tomó la guitarra. No la suelta desde entonces.

Si primero solo sabía corear ”Because maybe, you’re gonna be the one that saves me”, a los 14 se metió en serio con su instrumento. A los 18, comenzó a escribir sus canciones y buscó nutrirse de libros, asistir a algunas clases, aunque se reconoce más autodidacta.

Cuando decidió su nombre, John Redlove, y asumió su música como brújula, se iba a tocar al Parque México de la CDMX:

“Ahí sacaba la guitarra y veía cuáles son las canciones que pegan, cuáles son las canciones que golpean cabezas, cosas así. Poco a poco fui definiendo mi voz, y yo creo que ahora ya tengo más clara mi identidad como cantautor”, recuerda.

Se trata de la palabra correcta

Como música de fondo de la infancia, recuerda a The Beatles, U2 y Coldplay. Luego vinieron los cuestionamientos con la lírica: Bob Dylan o Damien Rice, así como su sentido de equilibrio: John Mayer. “Es más sobre la palabra correcta que sobre la palabra más elegante”, menciona.

“Descubrí que las letras pueden ser muy sencillas y decir mucho al mismo tiempo. Esa es la línea en la que me gusta bailar[…] Siento que puedes llegar a un punto medio en el que sí estás diciendo algo, sí estás proponiendo algo artísticamente, pero no estás siendo demasiado exagerado y demasiado oculto con lo que quieres decir”.

Varios aprendizajes quedan de su experiencia tocando en parques: cómo sincronizar el volumen de la voz y la guitarra para lidiar con el ritmo de la ciudad; identificar las canciones que provocan reacciones, cuando alguien para de su rutina para escucharlo; reconocer las formas de la conexión y el agradecimiento:

“Una vez estaba tocando y llegó un payasito de estos que se ponen en los semáforos. Se queda ahí a escuchar, y se queda dos o tres canciones. Cuando se va, en vez de dejarme unas monedas en la funda de la guitarra, me deja una paletita, que es como su forma de ayudar. Es como ‘hey, no te puedo dar 20 pesos, pero te puedo dejar esta paletita que para mí es importante’”, afirma.

Para transformar la rutina en un espacio compartido y encontrar la motivación para seguir adelante, confeccionó un amuleto: en una botella de Sprite, de tres litros, depositaba todas las monedas que habían caído en su funda. Ahí había escrito: “Toda esta gente cree en tu música. Toda esta gente quiere tu música”.

“Cuando escribes y haces tu propia música, a veces es difícil creerte que estás haciendo algo que la gente quiere[…] Tengo dudas sobre esta carrera cada miércoles, pero de eso se trata, de estar dudando todo el tiempo. Eso es lo que nutre que estés haciendo arte importante, ¿no? Que estés arriesgando inestabilidad por el arte”.

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Del club de playa al primer EP

John Redlove se fue a trabajar en un beach club, en El Palmar, un pueblo al sur de Cádiz. Creía que iba a tocar durante el día, pero por falta de papeles, no podía hacerlo legalmente. En vez de eso, pasaba las noche como velador y recogía los restos de la vida vacacional de otros. Mientras tanto, seguía componiendo y se sentaba informalmente con su guitarra a tocar canciones para los turistas.

Con lo recaudado pudo grabar su primer EP, Nothing matters, con Lorenzo Engel, integrante del vibrante grupo Glass Cristina. La experiencia rindió grandes aprendizajes:

“Fueron meses y meses de estar viendo qué canción sí, qué canción no, cuántas iban a ser. Yo no tenía idea; es muy diferente tocar en un parque y grabar en un estudio[…] El volumen tiene que ser diferente. La pronunciación, la voz, el volumen, todo tiene que ser diferente. Fue adaptarme, pero fue con un amigo”, comparte.

Las canciones habían sido grabadas en pandemia. Con la estabilización de la crisis sanitaria, John Redlove tenía firme la idea en la cabeza: seguía el EP. El actor Hugo Stiglitz acompañó ese proceso, lo acercó al productor Héctor Ruiz y compartió su trabajo con Alex Lora. El EP tendría por nombre Love.

“Fueron siete canciones y todas tienen un arreglo setentero, como de rock. Me inspiré mucho en los Beatles. Dije: ‘quiero hacer algo así súper beattlero, algo que tenga sus himnos’”, afirma.

Love asume una forma circular: parte del enamoramiento desmedido, la crisis en la relación, el aprendizaje de lo vivido, la vuelta a empezar. Nos invita a repetir el disco cómo repetimos el amor.

“Es un álbum que se trata totalmente de amor y de ese ciclo de enamorarte, desenamorarte, enamorarte de ti mismo, volver a enamorarte de alguien más y repetir el ciclo mil veces”, recalca.

Ser ese músico que acompaña

Tras la experiencia de grabar Love, John Redlove siente nuevos bríos. Aún sin nombre, su próximo disco probablemente aparezca hacia marzo o abril del año siguiente. De la mano fuerte de su promotora Roxy, esta experiencia está naciendo en ParSonics, el estudio de Alan Parsons.

“Ya estamos cerca de escribir todo el álbum. Ya grabamos dos canciones en ParSonics, el estudio personal de Alan Parsons en Santa Bárbara. Eso ya es una experiencia extraordinaria. No me lo creía, estar sentado frente de un Grammy viéndome a los ojos; mientras yo estoy tocando piano, Alan Parsons está sentado ahí escuchando”.

En este nuevo disco, John Redlove busca la centralidad de un instrumento, sea la guitarra o el piano, pero con una premisa clara: ser ese músico que nos acompaña y nos ayuda a procesar los sentimientos.

“Por lo que empecé a hacer esto, y más que nada lo que me sigue motivando, es que cuando me siento mal, lo primero que hago es poner música. Quiero ser ese artista para alguien. Quiero ser ese Frank Ocean cuando estás triste. Quiero ser ese Coldplay cuando te quiere sentir feliz. Quiero ser ese artista accesible a un sentimiento para alguien”.

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