En el ruedo y fuera de él, Leo Valadez proyecta una mezcla difícil de ignorar: serenidad y fuego, temple y audacia.
Nacido el 19 de febrero de 1997 en Aguascalientes, su historia es la de alguien que se enamoró del toreo antes de tener uso pleno de razón. “Desde los dos años ya iba a la plaza con mis papás”, recuerda.
Y si bien el flechazo fue precoz, la decisión de entregarse al toro llegó con una madurez poco común: a los doce años dejó su hogar y se fue solo a España.
Despedirse de la comodidad de su hogar y de la cercanía de su familia y amigos para iniciar una vida completamente distinta en un país desconocido fue, sin duda, un desafío enorme.
Aunque fue recibido con los brazos abiertos, la experiencia no dejó de ser un salto al vacío: una apuesta total por su sueño en medio de la incertidumbre.
“Para un niño de doce años, irse solo es algo muy drástico, y fue en ese momento cuando comprendí que realmente eso era lo que quería hacer con mi vida”, menciona.
Allí ingresó a la Escuela Taurina de Arganda del Rey y más tarde se convirtió en el primer alumno becado del Centro Internacional de Tauromaquia y Alto Rendimiento.
Con esa formación, comenzó a abrirse paso como novillero hasta convertirse en el primer mexicano en ganar el prestigioso Zapato de Oro de Arnedo.
Su alternativa llegó en 2017 durante la Feria del Pilar, de manos de Joselito Adame y con José Garrido como testigo.
Más allá de los logros y los números, Leo es un hombre de convicciones y de pasiones claras. “Me defino como una persona que ama su profesión y que vive con pasión y entrega”, dice con firmeza Leo Valadez.
Esas mismas palabras sirven para entender cómo ha logrado mantenerse constante en una carrera que exige tanto del cuerpo como del espíritu. A pesar de que admite no disfrutar del todo salir a correr, se somete a rigurosos entrenamientos, con preparador físico incluido, y dedica largas horas al toreo de salón, su ejercicio favorito. “Ahí se van muchas horas del día, o mejor dicho, las aprovecho ahí”.
No obstante, su autoexigencia va más allá de lo físico. “La expectativa más difícil siempre ha sido conmigo mismo”, admite.
Esa voz interna, crítica y exigente, es la que lo ha acompañado incluso en sus momentos más memorables.

De todas sus faenas, tres permanecen muy vivas en su recuerdo: el indulto de un toro de San Miguel de Mimiahuapan en la Feria de Aguascalientes durante la pandemia; una tarde en Istres, Francia, donde cortó cuatro orejas y un rabo; y una tarde en Guadalajara con Talavante, frente a un toro de La Estancia, que le permitió vivir el ruedo con una lucidez inusual.
“A veces no eres consciente de lo que logras hasta después”, confiesa Leo Valadez.
La Monumental de Aguascalientes tiene un lugar especial en su corazón. No solo porque es su plaza, sino porque ahí fue donde empezó todo.
“Es donde más presión siento, pero también donde más motivación encuentro”, dice. Por eso, cada vez que regresa a ese albero, no solo se enfrenta al toro, sino a la memoria de aquel niño que un día soñó con estar ahí.
Valadez ha recorrido las plazas más importantes del mundo, pero lejos de acomodarse en lo conseguido, sigue mirando hacia adelante.
“Mi gran sueño es ser figura del toreo. Me encantaría cortar un rabo en la Feria de Aguascalientes o salir a hombros de Madrid. Esos son los objetivos que tengo hoy”.
En un momento en que la tauromaquia enfrenta críticas y movimientos que buscan su prohibición, Leo se muestra empático, pero firme:
“Entiendo que haya gente a la que no le guste. Pero también me gustaría que comprendieran lo que significa para nosotros. Si algún día se prohíbe, no sé qué sería de mí. Esto es lo que me mantiene vivo”.
Más allá de la polémica, para él la fiesta brava es una forma de vida, y desea que las nuevas generaciones puedan conocer todo lo que hay detrás.
“Me gustaría que supieran la vida que tiene el toro bravo antes de llegar a la plaza, y todo el esfuerzo que hay detrás de una tarde importante. Todo se decide en 15 o 20 minutos, pero hay años de preparación detrás”.
El próximo 3 de mayo, Leo Valadez volverá a vestirse de luces en la Feria de San Marcos, acompañado por Antonio Ferrera y José María Pastor.
Llega motivado, consciente de que cada tarde es una oportunidad para seguir construyendo su historia. No desde el ego, sino desde la gratitud, la responsabilidad y, sobre todo, desde la pasión que lo impulsa desde que era apenas un niño con los ojos clavados en el ruedo.
