Por: Alejandro Basañez Loyola
Autor de las novelas: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” de Ediciones B y “Juárez ante la iglesia y el imperio” y “Kuntur el inca” de Editorial Lectorum.
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Mario Pani (1911-1993) fue un grandioso arquitecto mexicano, innovador en la conformación urbana de la Ciudad de México. Diseñó y construyó gran parte de ella, a partir de algunos de los planes urbanísticos más ambiciosos e importantes del siglo XX.
Mario Pani fue hijo del famoso Arturo Pani Arteaga (1880-1962), nacido en Aguascalientes. Fue autor de media docena de libros sobre la historia de Aguascalientes así como un ensayo biográfico sobre don Jesús Terán, padre adoptivo de la madre de Pani y embajador plenipotenciario del presidente Juárez en Europa durante la intervención francesa en México.
Mario fue también sobrino de Alberto Pani Arteaga (1878-1955), hermano de Arturo. Alberto fue el famoso Secretario de Hacienda que colaboró con Carranza, Obregón y Plutarco Elías Calles en la fundación del Banco de México y Banobras.
Entre los proyectos más importantes de Mario Pani destacan: El crucero Reforma Insurgentes (1945), el multifamiliar Miguel Alemán (1949), Ciudad Universitaria (1952), Ciudad Satélite (1954) y la Unidad Nonoalco-Tlatelolco (1964).
El mayor proyecto inmobiliario de la época fue indudablemente Nonoalco-Tlatelolco, construido durante el gobierno de Adolfo López Mateos, bajo el argumento de la regeneración urbana. Mario Pani se fijó el objetivo de eliminar el triste paisaje que rodeaba las inmediaciones del ferrocarril, y que se ve crudamente en la película Los olvidados (1950) de Luis Buñuel. Se buscaba sustituir aquella ciudad perdida por un desarrollo inmobiliario moderno.
Los pobladores de estos arrabales fueron desalojados y no pudieron vivir en los nuevos departamentos, a pesar de que originalmente se les prometió la posibilidad de habitarlos. En su lugar, las nuevas construcciones fueron asignadas a derechohabientes del ISSSTE, compradores independientes, profesionistas y empleados.
Fue en Tlatelolco, en los terrenos que alguna vez pertenecieron al famoso tianguis -que tanto asombró a Hernán Cortés por su tamaño y la variedad de productos ofrecidos-, donde Mario Pani, en 1964, decidió construir un jardín gemelo al de San Marcos, tierra adorada de su padre.
Este terreno, después de la conquista, se convirtió en el jardín del templo de Santiago. Esta tierra olvidada durante el siglo XIX pasó, después de la Revolución Mexicana, a convertirse en la zona de maniobras del Ferrocarril Nacional Mexicano.
El Jardín de Santiago es de esos edenes con los que uno se encuentra mientras camina por Tlatelolco, camino a la Plaza de las Tres Culturas. A pesar de estar en la esquina de Reforma y Flores Magón, es un vergel que milagrosamente escapa al ruido de la ciudad. La única diferencia entre el Jardín de Santiago y su versión hidrocálida es que el de Tlatelolco no tiene puertas de herrería.
Alrededor del Jardín de Santiago hay una balaustrada de cantera rosa que sirve de protección y barrera. Por dentro, la balaustrada tiene una banca corrida, al igual que la de San Marcos, en la que uno puede descansar y pasar un rato agradable.
En el centro del jardín hay un templo monóptero, en homenaje a la grandeza de Tlatelolco. En el interior, en los costados del techo de esta construcción, está la frase con la que Cuauhtémoc describió su ciudad: “Aquí ponemos y asentamos en la forma que hallamos la laguna grande, como atijereada: sus olas como plata y brillantes como el oro, tan fragante y olorosa, donde fundamos nuestro pueblo de Tlatelulco”.
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De los años en los que formaba parte de la Parroquia de Santiago Apóstol, aún conserva una hermosa cruz atrial a un costado (que además es un denso jardín botánico). Tiene una variedad de 62 especies diferentes de plantas y sólo 11 de ellas son regionales.
El famoso jardín gemelo se ubica a 500 km al norte, en la bella ciudad de Aguascalientes. Fue primero una simple plazoleta en el pueblo de San Marcos, utilizada en los primeros años de la famosa Feria, que año con año le ganaba en grandeza a la de San Juan de los Lagos. Cuando el pueblito fue incorporado como un barrio en 1842, se le otorgó un terreno para construir una glorieta central, un asta y la balaustrada de estilo neoclásico.
Desde esa fecha, la feria fue cambiada de noviembre a abril, teniendo como base el jardín de San Marcos. La balaustrada de sólida cantera rosa tiene cuatro accesos, uno por cada lado y orientados hacia los puntos cardinales. La Feria de San Marcos creció tanto con las décadas, que tuvo que extenderse de los límites usuales.
Cuarenta y cinco años después, en 1887, se le anexaron cuatro hermosas fuentes, distribuidas en cada esquina del hidrovergel, junto con noventa bancas de sólido hierro. Las medidas del jardín rectangular son de 168 metros de largo por 88 metros de ancho. Un amplio quiosco de hierro fundido al centro, con veinte jarrones y una hermosa fuente, fue agregado al patio en 1891.
Estimados lectores, recordemos, al visitar el Jardín de San Marcos, que nuestro México cuenta con dos grandiosos jardines gemelos, uno de ellos con más de quinientos años de antigüedad en el islote de Tlatelolco -frecuentado por décadas por miles de compradores indígenas, antes de la llegada de los españoles-; el otro, en Aguascalientes, en un barrio alguna vez habitado por indígenas, muchos de ellos tlaxcaltecas que ayudaron a los españoles a someter a sus hermanos caxcanes, guachichiles, tecos, zacatecos y chichimecas, para dar nacimiento a la grandiosa ciudad de Aguascalientes.
Agradezcamos al famoso arquitecto Mario Pani el haber tenido la genialidad de construir el edén gemelo de San Marcos, en la “Ciudad de los Palacios”.