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“Los valientes no asesinan”

Los conservadores, defensores de la Iglesia ante la aplicación de las Leyes de Reforma, emanadas de la Constitución de 1857, tenían a los liberales de Juárez contra las cuerdas, en lo que se conoció en la historia de México como la Guerra de Reforma o de Tres años (1858-1861).

La noticia de la derrota del liberal Anastasio Parrodi en Salamanca, el 10 de marzo de 1858, causó impacto sobre las fuerzas leales a Juárez. El teniente coronel Antonio Landa, decidió cambiar de bando y traicionar a Juárez, quien se refugió en el Palacio de Gobierno de Guadalajara. Landa envió a Guadalajara a doscientos soldados del 5º Batallón de Línea. Juárez y sus ministros se encontraban prisioneros dentro del edificio, a merced de los conservadores.

—Esto no huele bien, señor presidente —exclamó con preocupación Sebastián Abascal. Sus ojos miraban con ansiedad hacia un grupo de soldados que se dirigía hacia el palacio. Don Benito se acercó a la ventana para mirar lo que le describía su amigo.

—¿A qué vendrán?

—¡Vienen a fusilarnos! ¿A qué más?

El pánico se desbordó entre los ministros al escuchar las palabras sentenciosas del coronel Abascal.

Al frente de la columna de soldados venía el teniente coronel Filomeno Bravo, quien, influenciado por los malos consejos del coronel Miguel Cruz Aedo, había decidido fusilar al presidente con todo y sus ministros.

La puerta del salón donde se encontraban Juárez y su gente fue violentamente abierta por el coronel Bravo y sus soldados.

—¿Dónde está Juárez?

Los ministros miraron confundidos a su presidente, que valientemente dio un paso al frente para contestar:

—¡Aquí estoy!

Filomeno Bravo, con mirada de asesino fuera de sus cabales, respondió con los ojos inyectados en sangre:

—¡Fusilen a este falso presidente! El verdadero presidente es Félix Zuloaga, y sólo a él obedecemos. ¡Muerte al impostor!

Los soldados levantaron sus armas para apuntar al valiente oaxaqueño, quien dio otro paso más hacia ellos. La mirada férrea de Juárez era como la del tlatoani Cuauhtémoc al entregar su puñal a Cortés para que lo hundiera en su pecho.

—¡Eres un estúpido, Filomeno! ¿Acaso no te das cuenta de que matarías al legítimo presidente de México? —dijo Abascal al avanzar arrogante hacia el coronel Bravo. Cuando estaba a un metro del coronel, intentó sacar su pistola, pero un cachazo propinado por el teniente Peraza lo dejó fuera de combate ante el espanto de todos los ahí reunidos. Peraza era delgado y moreno como el carbón. Con la pistola en la mano amenazaba con matar a todos.

Bravo se encendió más por las palabras ciertas de su enemigo. Sabía que Juárez encarnaba la legalidad.

—¡Fusilen a todos! Que no quede nadie vivo —gritó con el sable en la mano Filomeno Bravo—. ¡Al hombro!… presenten… preparen… apunten…

Juárez, de pie junto a una columna, cerró los ojos esperando la descarga. Pensamientos de su niñez y su familia se agolparon en su férvido cerebro.   

De pronto una voz potente y decidida invadió el salón:

“¡Levanten esas armas! ¡Levanten esas armas! ¡Los valientes no asesinan!”

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Los soldados se quedaron petrificados al ver a don Guillermo Prieto ponerse al frente de don Benito Juárez para recibir las balas que matarían al legítimo presidente de la República. Su cabeza calva, engalanada con unos lentes dorados de aro, le daba un toque intelectual, que intimidaba con su arrojo y valentía.

—¡Señores! ¿Qué no ven que este hombre es el legítimo presidente de México? A la salida de Comonfort su ascenso quedó respaldado por la ley. ¿Adónde vamos a llegar como país si matamos a sangre fría a nuestros genuinos presidentes, cuya única preocupación es nuestro bienestar? Independientemente de que seamos liberales o conservadores, primero somos humanos, y no matamos a nuestros hermanos como se mata a un perro. Ustedes representan al glorioso ejército mexicano. No manchen sus manos y su historia con el atroz asesinato de un hombre indefenso, que solo tiene sus manos y la ley para frenar las mortíferas balas.

Los soldados habían caído bajo el influjo hipnótico de las palabras de don Guillermo. El potente tono de su voz amilanó a los militares. El hábil secretario se dio cuenta de que los había vencido.

“¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía!”

Don Guillermo reventó los botones de su blanca camisa para exponer su pecho.

—¡Guarden sus armas! —intervino el coronel Filomeno Bravo, acercándose apenado a don Benito Juárez.

—¡Discúlpeme, señor presidente!  ¡Estamos con usted!

Don Benito Juárez y Filomeno Bravo se dieron un abrazo efusivo que emocionó a todos.

—¡Viva don Benito Juárez! ¡Viva Filomeno Bravo! ¡Viva Jalisco! —dijo don Guillermo Prieto, seguido en coro por todos.

El 15 de marzo de 1858, Landa y Juárez aceptaron un convenio temporal de paz. Landa abandonaría Guadalajara, al igual que Juárez y sus ministros. Landa se reuniría con Osollo y Juárez buscaría la salida del Pacífico para viajar hacia Panamá. El día 20 de marzo, por la madrugada, partieron Juárez y sus ministros en compañía del general Francisco Iniestra y ochenta rifleros. Apenas se alejaron de Guadalajara, surgió el rumor por parte de Iniestra de que Landa atacaría a Juárez en Santa Anna, Acatlán. Landa contaba con 600 hombres, armas y municiones. Juárez apenas juntaba 60 fieles seguidores, y ya no tenía municiones. Juárez insistió a Iniestra que se alejara y los dejara solos a su suerte. Iniestra se rehusó. Al final del día no ocurrió ningún ataque y los juaristas llegaron sin incidentes a Sayula, el día 23. El día 24 durmieron en Zapotlán y llegaron a Colima el 26 de marzo.

Juárez es notificado que Anastasio Parrodi, a quien nombró ministro de Guerra en Guadalajara y dejó con armas y dinero para la causa liberal, se había rendido ante Osollo sin pelear. Juárez no se amilanó y nombró nuevo ministro de Guerra a su fiel amigo Santos Degollado. El 11 de abril de 1858, Juárez partió de Manzanillo rumbo a Veracruz, vía Panamá.

Por Alejadro Basáñez Loyola

Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas de Penguin Random House: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca” y “Santa Anna y el México Perdido”; y de Lectorum: “Juárez ante la iglesia y el imperio”;  “Kuntur el inca”  y “Vientos de libertad”. Facebook @alejandrobasanezloyola

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