Por Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas históricas: México en llamas; México desgarrado; México cristero; Tiaztlán, el fin del Imperio Azteca; Santa Anna y el México perdido; Ayatli, la rebelión chichimeca; Juárez ante la Iglesia y el Imperio.
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En 1968, Aguascalientes era una ciudad próspera y merecía ya una comunicación aérea, continua y segura, con la capital del país. La aviación comercial crecía a pasos agigantados en el mundo, y la perla vitivinicultora y ganadera del norte de México no se podía quedar atrás. Una urbe de aquellas dimensiones necesitaba a diario que políticos, hombres de negocios y turistas se desplazaran de forma rápida y cómoda hacia la meca de la República Mexicana.
Aerovías Rojas, como si su nombre fuera un presagio de lo que habría de suceder, abría esta ruta comercial el 10 de abril de 1968, seis meses antes de las olimpiadas de México y de la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco.
Con un modelo Douglas DC-3, con registro XA-GEV, número de serie 7339, construido en 1942, Aguascalientes se vistió de gala como en aquel viaje inaugural del inhundible Titanic, que iba de Southampton a Nueva York, en ese fatídico mes de abril de 1912. El avión se llenó al máximo con sus catorce pasajeros y cuatro tripulantes. La parte baja del aeroplano se encontraba retacada de equipaje y otros pesados enseres. No cabía nadie más.
Los familiares de los pasajeros, recargados sobre un pequeño barandal metálico a orilla de la pista, se despidieron emocionados con señas y besos. La potente y flamante máquina corrió con toda la potencia que le daban sus dos motores de hélice a lo largo de la pista principal, que ahora es la pista de bicicletas y deportistas del parque Rodolfo Landeros, para perderse entre las nubes que señoreaban el cerro de los Gallos, ubicado al sur de la ciudad.
El vuelo no presentó novedad alguna los primeros 60 minutos; pero a 419 km de Aguascalientes, sobre Villa del Carbón, Estado de México, a unos minutos de aterrizar en el D.F., el pájaro de acero sorprendentemente perdió altura poco a poco, hasta despedazarse en una nube de fuego en el bosque.
La aerolínea oaxaqueña quedó herida de muerte con este accidente y cerró al poco tiempo. Durante semanas no se hablaba en todo Aguascalientes sobre otra cosa que no fuera ese trágico suceso, hasta que el velo del tiempo lo puso en el olvido.
El viejo aeropuerto se ubicaba en el llano que es ahora el parque Rodolfo Landeros, al sur de la ciudad, sobre el Boulevard José María Chávez, rumbo a la salida a México. Se extiendía hasta la calle Héroes de Nacozari, con una superficie de 88 hectáreas, de las cuales 70 eran prados y áreas verdes. Se inauguró el 24 de mayo de 1989, con el apoyo de los gobiernos federales y estatales.
Ese sitio también quedó marcado por otra singular tragedia. La hija de un mecánico de aviones fue decapitada por la hélice de un aeroplano que estaba siendo reparado. Cuando la niña corría para alcanzar una pelota, no se percató de que el avión estaba encendido y aconteció lo peor.
Sobre este suceso, hay gente que en la actualidad asegura haber visto a la niña deambular por las instalaciones del centro de recreo con una muñeca en las manos. Leyenda urbana o no, el hecho es que varias personas han dado noticia del fenómeno paranormal. Los niños, que por naturaleza son más perceptivos de estos fenómenos, son los que más han reportado su avistamiento, habiendo algunos que incluso dicen haber sido invitados a jugar por la pequeña.
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El auge vitivinícola aguascalentense, impulsado por Nazario Ortiz Garza, hizo que existieran pistas pequeñas en los viñedos, donde aterrizaban avionetas con sus orgullosos dueños, que iban y venían de la capital o de Monterrey a la tierra hidrocálida.
Una película mexicana muy famosa, El Cínico, del año 1970, muestra esa época. Con la participación de Rodolfo de Anda, Lupita Ferrer, Rogelio Guerra, Pancho Córdova y Andrés García, cuenta la historia de Roberta, la provinciana enamorada de Edgardo Maldonado, el hijo del dueño de una riquísima casa vitivinícola en Aguascalientes y cuyos hermanos se enamoran trágicamente de la misma frívola mujer.
En algunas escenas, se ve al actor Andrés García piloteando una avioneta sobre los viñedos de Aguascalientes. En una de ellas, aterriza en una hacienda vitivinícola, hoy tristemente en ruinas, donde está la famosa botella de brandy San Marcos a la orilla de la carretera rumbo a Zacatecas. La película muestra un Aguascalientes mágico; por ejemplo, se puede ver a un camioncito azul circulando por un solitario viñedo (por Altaria) y a una atrevida Lupita Ferrer zambulléndose en el legendario Sabinal.
También hay otro famoso comercial de los 70 que retrata un poco este ambiente: un elegante ejecutivo toma un vuelo en su jet privado en la capital y llega a los viñedos donde se hace el brandy San Marcos, con sus famosos siete kilos de uva en cada botella.
Tanto la película como el comercial muestran ese Aguascalientes desde las alturas que ya se nos fue, aquella urbe rodeada de viñedos; aquel Aguascalientes que terminaba en segundo anillo y cuyo antiguo aeropuerto es ahora un parque.
Nuestro tierra ahora tiene un moderno aeropuerto internacional a 25 kilómetros de la ciudad, y a pesar de esa lejanía, ya ha sido alcanzado por la planta nueva de Nissan y otras que están en sus orillas.
La siguiente vez que corras por el parque Rodolfo Landeros procura hacerlo en compañía, pues pudiera ocurrir que la niña fantasma del parque te cierre el paso, tal como lo hacían las gemelas en el hotel fantasma de El Resplandor, película protagonizada por Jack Nicholson.