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Bonilla y Vasconcelos reportan ovnis en el siglo XIX

Por: Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas de Ediciones B: México en Llamas;  México Desgarrado; México Cristero; Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca; Ayatli, la rebelión chichimeca; Santa Anna y el México Perdido; Juárez ante la iglesia y el imperio y Kuntur, el Inca de Lectorum.

1883 es recordado mundialmente por tres acontecimientos notables en la historia de la humanidad:

1) El 27 de agosto, el volcán Krakatoa sufre la más devastadora erupción registrada por el hombre. La montaña literalmente explota como una bomba atómica; acaba con 36 mil vidas y el 70% de la isla. Las explosiones se escuchan a más de 160 kilómetros del lugar y los fragmentos piroclásticos expulsados caen en un área de 800 mil kilómetros cuadrados.

2) El 5 de junio, el Orient Express, un tren de lujo para millonarios, realiza su primer viaje de París a Estambul en 72 horas. Recorre más de tres mil kilómetros a través de varios países de Europa. 

3) El 24 de mayo se inaugura en Nueva York el famoso puente de Brooklyn, después de catorce años de obras. Con su más de medio kilómetro, se convierte en el puente más largo del mundo, uniendo a Manhattan y Brooklyn sobre el río East.

En ese 1883, también mueren los alemanes Richard Wagner, músico notable, y Karl Marx, el filósofo del comunismo que con sus escritos dividiría al mundo. En México, Porfirio Díaz cimienta su cuestionada dictadura de treinta años. El 8 de agosto nace en Anenecuilco, Morelos, Emiliano Zapata, uno de los futuros líderes de la Revolución Mexicana. En agosto se desata en Mazatlán una epidemia de fiebre amarilla y mata a cientos de personas, entre ellas a Ángela Peralta, el “Ruiseñor Mexicano”. 

Para el mundo mexicano de los ovnis, el año de 1883 fue muy significativo. El 12 de agosto el astrónomo zacatecano José Árbol y Bonilla reportó el avistamiento de más de 300 objetos oscuros y no identificados cruzando ante el Sol, mientras realizaba un estudio de la actividad de las manchas solares en el astro rey, desde el Observatorio Meteorológico de Zacatecas, ubicado en el Cerro de la Bufa, donde fungía como director. 

Sin saberlo todavía, tomó unas fantásticas fotografías de cientos de objetos extraños que aparentemente cruzaban el disco solar, pero que realmente estaban más cerca que la Luna. En una foto, un objeto aparece como una estrella de cinco puntas con un centro oscuro. Esto ocurrió en el transcurso de los días 12 y 13 de agosto.

El astrónomo tomó varias fotografías, exponiendo placas húmedas a 1/100 de segundo. Esas fueron las primeras imágenes de supuestos ovnis en México. 

Es interesante que solo publicó una, quizá la más nítida, en la reconocida revista L´ Astronomie en París. Se convirtió en la primera foto en México, y quizá del mundo, de un ovni. 

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Durante sus viajes por Estados Unidos y Europa, el señor Bonilla desempeñó diversas comisiones que le encomendaron en México. Ahí perfeccionó sus estudios sobre astronomía y aprendió fotografía celeste con los famosos hermanos Paul y Prosper Henry, astrónomos del observatorio de París. Visitó los principales observatorios extranjeros y se consagró al estudio práctico de sus ciencias favoritas: la astronomía y la meteorología.

Críticos y colegas lanzaron sus teorías al respecto. Una de ellas, un insulto a la inteligencia del astrónomo, sugería que aquellos objetos eran gansos de alto vuelo, mientras que teóricos e intérpretes del movimiento ufológico entendieron que pudieron ser naves extraterrestres.

En 2011, investigadores de la UNAM sugirieron que los objetos podían ser fragmentos de un cometa de mil millones de toneladas que pasó a pocos cientos de kilómetros de la Tierra (y que muy cerca estuvo de acabar con nosotros).

El caso Bonilla, después de 140 años, sigue abierto. Una investigación más profesional y profunda requiere: obtener de copias, si aún existen, de las otras fotografías que obtuvo el astrónomo en su estudio del sol; ahondar más en la vida y excentricidades del científico y su entorno geográfico e histórico, así como consultar a otros profesionales en torno al avistamiento. Tendrían que tomarse en cuenta el telescopio y la cámara que el astrónomo utilizó en su momento, para descartar con bases científicas la confusión, pues casi un siglo y medio ha pasado y aún algunos los denominan objetos voladores no identificados. 

Hace años, mientras investigaba sobre pasajes de la Revolución Mexicana para mi novela México en Llamas, me topé con esta sorprendente mención de José Vasconcelos en su libro Ulises criollo. Siendo un adolescente, narra un hecho extraño que vivió con su familia al caminar por la frontera entre México y Estados Unidos a finales del siglo XIX.  

Qué mejores palabras para describir el hecho, que las mismas del maestro: 

“Regresábamos de un paseo ‘al otro lado’. La mañana estaba luminosa y tibia. Leves gasas de niebla borraban el confín, se esparcían por la llanura. Serían las once de la mañana y comenzaba a quemar el sol. Desde el puente contemplábamos la margen arenosa, manchada de grama y mezquites, cortada de arroyos secos. En suave ondulación baja el terreno hacia la cuenca del río que corre manso. De pronto, nacidos del seno humoso del ambiente, empezaron a brillar unos puntos de luz que avanzando, ensanchándose, tornábanse discos de vivísima coloración bermeja o dorada. Con mi madre y mis hermanas éramos cinco para atestiguar el prodigio. Al principio creíamos que se trataba de manchas producidas por el deslumbramiento de ver el sol. Nos restregábamos los ojos, nos consultábamos y volvíamos a mirar. No cabía duda; los discos giraban, se hacían esferas de luz; se levantaban de la llanura y subían, se acercaban casi hasta el barandal en que nos apoyábamos. Como trompo que zumbara en el aire, las esferas luminosas rasgaban el tenue vapor ambiente. Hubiérase dicho que la niebla misma cristalizaba, se acrisolaba para engendrar forma, movimiento y color. Asistíamos al nacimiento de seres de luz. Conmovidos comentábamos, emitíamos gritos de asombro, gozábamos como quien asiste a una revelación. En tantos años de lecturas diversas no he topado con una explicación del caso, ni siquiera con un relato semejante, y todavía no sé si vimos algo que nace del concierto de las fuerzas físicas o padecimos una alucinación colectiva de las que estudian los psicólogos”. 

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