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Calles censura a la Iglesia

Fotografía: Gobierno de México

La trifulca entre cismáticos y católicos en el templo de la Soledad, donde hubo muertos, heridos y desparecidos, causó una reacción defensiva por parte de los católicos, quienes crearon la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR) en marzo de 1925. 

Los cismáticos, liderados por el sacerdote José Joaquín Pérez y su lugarteniente Manuel Luis Monge, querían fundar una Santa Iglesia Mexicana fuera de la jurisdicción romana, lo cual jamás sería permitido por el Vaticano. Después de esta violenta primera misa, el incendiario sacerdote fue salvado por la policía de ser linchado por los furibundos católicos. Monge, al que una furiosa feligresa casi le arranca un cachete de un mordisco, huyó al extranjero para salvar la vida; dejó abandonados esposa e hijos en México.

El objetivo de la LNDLR era defender al culto católico y no permitir ningún atropello o violación por parte del gobierno ni nuevas iglesias como la de los cismáticos. Desde el inicio de su gobierno, el presidente Plutarco Elías Calles presionó a los gobernadores de los estados a que aplicaran con estricto apego los artículos 3º, 5º, 24º, 27º y 130º, que hablaban sobre la separación entre la Iglesia y el Estado. 

Al iniciar 1926, las provocativas declaraciones del arzobispo Mora y del Río al periódico El Universal, donde rechazaba rotundamente los artículos de la Constitución que afectaban sus intereses, obligarían a Calles a tener una reacción enérgica contra el desafiante clero mexicano.

“La doctrina de la Iglesia es invariable, porque es la verdad divinamente revelada. La protesta que los prelados mexicanos formulamos contra la constitución de 1917 en los artículos que se oponen a la libertad y dogmas religiosos, se mantiene firme. No ha sido modificada, sino robustecida, porque deriva de la doctrina de la Iglesia.

La información que publicó El Universal de fecha de 7 de enero en el sentido de que emprenderá una campaña contra las leyes injustas y contra el derecho natural, es perfectamente cierta. El episcopado, clero y católicos, no reconocemos y combatiremos los artículos 3º, 5º, 27º y 130º de la Constitución vigente. Este criterio no podemos, por ningún motivo, variarlo sin hacer traición a nuestra fe y a nuestra religión”.

El presidente Plutarco Elías Calles no daba crédito a la declaración del insensato arzobispo mexicano. Con cuidado se ajustó las gafas para leer detenidamente el artículo que su secretario le mostraba.

—Esto es una declaración de guerra, Plutarco— dijo Murrieta al terminar de leer el artículo. El ministro de Gobernación, Adalberto Tejeda, los miraba inquieto, como esperando la respuesta de Murrieta y Calles para entrar en acción.

—Vaya que sí lo es, Arturo. La indiscreción del arzobispo ha inflamado a los feligreses. Lo toman como un grito de guerra hacia mi gobierno. 

—Creo que usted, hasta el día de la declaración, había sido prudente y discreto, señor presidente —comentó el ministro Tejeda.

—Estoy de acuerdo con Adalberto, Plutarco. Siento que durante tu primer año de gobierno te hiciste un poco de la vista gorda en cuanto a atacar a la Iglesia con la aplicación de los artículos 3º y 130º.

Plutarco dio un sorbo a su café, que estaba más caliente que de costumbre.

—Estoy de acuerdo con ustedes. Presioné a los gobernadores para que aplicaran los artículos referentes a la Iglesia desde que asumieron sus cargos. Sé que la mayoría manejó este asunto con guantes. Lo sé y le di tiempo al asunto, pero este padrecito se me acaba de adelantar, soltando la primera bala. Ahora sí no me voy a tentar el corazón. Mi respuesta será fuerte, como lo exige la situación. 

—¿Qué sugiere que hagamos, señor presidente?— inquirió Adalberto Tejeda. 

Calles se incorporó severo de su silla presidencial y caminó alrededor de la mesa para declarar con mirada álgida lo que procedería:

—Quiero que me envíes al procurador general de la República la consignación del arzobispo Mora y del Río por las delicadas declaraciones hechas a la prensa el día de hoy. Como presidente de México, ordeno la inmediata aplicación a nivel nacional del artículo 130, con la debida clausura de templos y centros religiosos, donde los católicos practican su culto.

—Señor presidente, son muchísimas las iglesias y centros religiosos por clausurar— comentó el ministro de gobernación con gesto de preocupación.

—Lo sé, Adalberto. Esto es un reto al gobierno y no estoy dispuesto a tolerarlo. ¡Querían guerra, pues guerra tendrán! 

—¿Y qué con todos los sacerdotes, Plutarco? No se quedarán cruzados de brazos viendo cómo les cierran sus templos.

Calles miró a Murrieta con furia contenida. No era nada personal contra ellos. El señor presidente estaba desbocado de coraje.

—Ordeno la inmediata expulsión del país de todos los sacerdotes extranjeros. Se pueden quedar, si se dedican a otra cosa que no sea predicar y contaminar al pueblo con sus ideas sediciosas. Ninguno de ellos se ha ganado en su vida el pan con el sudor de su frente, pues ya es tiempo de que lo hagan y trabajen por primera vez en algo útil, y no vivir como parásitos del dinero de los pobres feligreses.

Murrieta y Tejeda se miraron, como intercambiando telepáticamente opiniones sobre la tormenta que se vendría.

—Tendremos que prepararnos para la reacción del clero, Plutarco. En mi opinión, acabas de encender la mecha de un barril de pólvora, y nos estallará en la cara— comentó Arturo.

—Pues que Dios nos agarre confesados porque ya no habrá con quien confesarse— secundó sarcásticamente Tejeda. 

—De todas maneras, tú ya ni con la ayuda del presidente te salvas del infierno, Adalberto— repuso don Plutarco con una carcajada.

Por Alejadro Basáñez Loyola

Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas de Penguin Random House: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca” y “Santa Anna y el México Perdido”; y de Lectorum: “Juárez ante la iglesia y el imperio”;  “Kuntur el inca”  y “Vientos de libertad”. Facebook @alejandrobasanezloyola

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