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Abel Amador Alcalá, de cinéfilo gozoso a obstinado cineasta

Fotografía: Raquel Reynoso

Las visitas con los padres al antiguo Cine Avenida, las excursiones a los videoclubes, los maratones de tres VHS por fin de semana y las películas “de culto o de autor” que su hermano traía de la extinta cineteca de la UAA delinearon en Abel Amador Alcalá, primero una fascinación incesante de cinéfilo, y luego un camino marcado por la perseverancia dentro del cine hecho en Aguascalientes.

En el primer ámbito, como espectador, remarca algunos momentos de grandes encuentros: Pink Floyd – The Wall o La Naranja Mecánica, casi vistas de contrabando por intercesión de su hermano; los primeros grandes descubrimientos de la adolescencia: Réquiem por un sueño, Trainspotting, o Underground de Emir Kusturica, ese repaso satírico de la historia de Yugoslavia vista desde las vivencias de dos amigos.

“Ahí yo accedí a un mundo que era totalmente desconocido; eso que acababa de ver con esa película sí era muy lejano a todo lo que yo conocía, y me impresionó”, recuerda.

En el segundo ámbito, Abel Amador ha hecho un poco (un bastante) de todo: fue asistente de dirección de Jaime Humberto Hermosillo en Juventud (2010), escribió y dirigió su primer largometraje, Ulises (2013), ha sido encargado de montaje, fotógrafo, docente, cofundador de Cinécdoque Cine, estudioso de las posibilidades del cine en su maestría y doctorado, impulsor de formas comunitarias y colaborativas de trabajo desde el Clúster Audiovisual Aguascalientes, director de Hueso de corvina (2021) y de diversos cortometrajes.

Esta carrera está cimentada en la tozudez de siempre seguir insistiendo y en la complicidad con su esposa Verónica Marín Cienfuegos, otro nombre fundamental del cine desde Aguascalientes. Además de diversos proyectos en puerta, ambos en compañía con Olga Amador, hermana de Abel y también creadora, están a cargo en la actualidad de Sala Alternativa, un espacio de exhibición de películas que se basa en la consolidación de vínculos y de una oferta nutrida de otras miradas sobre el cine.

De cinéfilo a creador

“Yo nunca pensé que fuera a ser cineasta. Lo único que sí tenía muy claro es que no quería hacer las cosas habituales en ese entonces”, comparte Abel.

Entre aspirantes a ingenieros, contadores y abogados, él se veía dentro de las artes, sin saber muy bien en cuál. Pensaba en artes visuales, particularmente en escultura, y hacía pequeños cortos de stop motion: “Yo lo hacía más por el acercamiento hacia la escultura, de poder hacer mis monos, y darles vida a partir del stop motion”, recuerda.

Underground marcó un antes y un después; Abel pensó que, como el cine era el séptimo arte, ahí vería un poco de todo.

Entró a una Licenciatura en Artes Escénicas y Audiovisuales en la Universidad La Concordia. Sin embargo; la mitad de las clases no le gustaban: “Yo renegaba mucho por el teatro, nada más quería ver el cine”, cuenta entre risas.

Con el tiempo, esa formación resultó fundamental, sobre todo, al momento de dirigir actores para sus películas. En ese tiempo también empezó a estudiar fotografía análoga, pero, ante la falta de equipo adecuado para realizar sus cortos y tareas, aprendió una gran lección: resolver con lo que se tenga.

“Lo único que nos quedaba era hacer con cámaras súper sencillas. En ese entonces el MiniDV empezó a tener mucho auge. El amigo que tuviera esa cámara la prestaba a todos los demás para poder hacer cortos, horribles por cierto, pero que servían como motivación para estar haciendo cosas”, alega.

También se interesó por otra área: el montaje. “La capacidad del montaje de poder subvertir el sentido, poder potenciar la historia”, remarca, y parece resonar la idea de Andréi Tarkovsky sobre esculpir el tiempo. Era el auge del software Final Cut, pero aún no de YouTube, por lo que todo lo aprendía leyendo manuales.

Asistente de Jaime Humberto Hermosillo

Acabó el periodo de la universidad y Abel Amador no sabía qué hacer. Pidió un año sabático a sus padres para decidirse, pero entró de camarógrafo a una televisora. Eran tiempos particularmente desérticos en materia de cine en Aguascalientes, e irse a otro estado tampoco era una opción: “Yo siempre quise quedarme acá”,menciona.

Las oportunidades a veces aparecen, pero en general implican paciencia y esfuerzo. En 2009, Jaime Humberto Hermosillo, el director hidrocálido que difuminó las máscaras de la clase media y que apostó siempre por hacer cine a toda costa, vino a dar una serie de talleres formativos a la ciudad. Al concluirse, la intención era grabar una película que sería Juventud (2010).

Pasaban los días del taller. Seleccionaban a sus compañeros para diversos roles. Abel tenía 22 años, el vértigo de querer hacer lo que fuera, pero no le tocaba ningún trabajo. Finalmente se lo dijeron: sería el asistente de dirección de Jaime Humberto Hermosillo.

Durante cuatro meses, se reunieron diariamente, leían el guion, revisaban pendientes:

“Me enseñó todo el proceso de planear la película, de organizarla, cómo hablar con los otros departamentos, por supuesto, anécdotas: ‘De noches vienes, Esmeralda es de tal manera, o, con tal película, trabajé de esta manera; Gabriel García Márquez me ayudó a tal cosa’”, comparte.

El rodaje duró un mes. Gente de Ciudad de México, con mucha experiencia, colaboraba con gente que recién comenzaba. Muchas frustraciones, satisfacciones, y un mandato.

La consigna: hacer tu propia película

Jaime Humberto Hermosillo tenía una consigna: “es tradición que el asistente de dirección, después de que trabaja en una película, tiene que dirigir una”, le dijo a Abel. Así había hecho con Guillermo del Toro, quien cubrió ese rol en Doña Herlinda y su hijo, y después realizó Cronos.

Abel se ríe al mencionar que no se compara con Del Toro, pero sí vislumbraba entonces la tarea por hacer. Durante un año se dedicó a escribir su primer largometraje, Ulises. Vino el difícil periodo de levantar financiamiento; las instituciones entonces no creían que se pudiera hacer cine en Aguascalientes -era muy reciente el caso de Abel de Diego Luna-.

Verónica Marín y él habían comenzado a vivir juntos; estaban dispuestos a grabar como fuese. Al entonces incipiente Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura (IMAC) le solicitaron un apoyo, pero decidieron comenzar a grabar; si no llegaba, venderían un carro que tenían entonces. Los padres de Abel apoyaban con el catering, el sonidista Óscar Mateos, entonces en un semi retiro en Aguascalientes, aceptó rentarles equipo por una cantidad irrisoria. El apoyo llegó, y aunque no cubría remotamente el gasto, fue un respiro.

Abel había imaginado su película como una tragedia griega, pero terminó calificando para festivales de terror. Además de permitirle cometer errores y aprender de ellos, así como luchar con el montaje en una “computadora precaria”, había cumplido la premisa de su primer gran maestro:

“Todavía alcancé a mostrársela a Jaime Humberto, y a él le gustó mucho. Me dijo: ‘Tu película me dio mucho miedo porque me hizo reflexionar sobre mi muerte’”.

Una generación que dio un impulso nuevo

El inicio de la década marcó un giro en la cinematografía hidrocálida. Jorge García Navarro estrenó El tren del no olvido (2011), Omar Linares Cardona lanzó Blues de medianoche (2014) y Ulises comenzó a exhibirse en 2013. Ese año también arrancó la Licenciatura en Artes Audiovisuales y Cinematográficas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Un poco después, Verónica Marín dirigió Tres (2016). Si bien ya antes había existido mucho tesón, el nuevo impulso estaba cimentado.

Vero y Abel siempre han apostado por el cine hecho desde el estado: “Fue una convicción de hacer cine desde aquí como podamos. Y siempre pensábamos en las películas que pudiéramos hacer desde aquí”,señala.

Un vínculo para imaginar y escucharse

A lo largo de esos años y en todo lo que vino después, Verónica Marín y Abel Amador han construido una relación de mutua admiración y acompañamiento.

Estudiaron juntos la licenciatura, la maestría y el doctorado. Se han impulsado siempre para seguir perseverando. “Siempre estuvo esa impronta. Yo hacía una, pues Vero tiene que hacer otra. Eso creo que ha sido clave, porque nos vamos motivando el uno al otro”, señala.

Esa sinergia les ha permitido mantenerse en movimiento: regularmente se producen el uno al otro. Uno se ocupa de la asistencia de dirección cuando el otro dirige. Vero últimamente se aboca al guion y él se ocupa del montaje, salvo en la más reciente película de ella, Fugas e irrupciones.

“Siempre nos hemos apoyado, ahí desvelándonos en las convocatorias, en todos los procesos y, sobre todo, es muy interesante tener a alguien que escuche lo que estás diciendo. Creo que eso es clave, porque a veces en solitario, solamente te escuchas a ti mismo y eso puede caer en una entropía curiosa”,afirma.

Entender el quehacer desde la comunidad

Tras haber realizado talleres con niños y niñas de colonias de Aguascalientes, Abel Amador enfoco en la maestría el cine comunitario. En un periodo en Venezuela, Vero Marín había conocido una potente estructura en torno a esta práctica artístico-política.

Cada colonia tenía a su disposición una cámara, un equipo de sonido, una computadora y todos estaban capacitados para hacer cine. Después, armaban encuentros en los que cada comunidad mostraba sus experiencias.

Abel se interesó por esa mirada y realizó un intercambio académico en Argentina, con el director José Celestino Campusano, quien comenzó grabando al colectivo de motociclistas al que pertenecía (y hoy es un director muy reconocido y prolífico):

“Sería mi segundo gran maestro, junto con Jaime Humberto, por esta pasión de hacer en comunidad y construir desde otra lógica, que no sea esta estructura vertical, que es muy violenta”, compara frente a las formas de trabajo que había observado en Juventud, no por Jaime Humberto, sino por varios colaboradores.

Campusano había creado un clúster audiovisual y se lo propuso a Abel. Con la suma de voluntades nació, hace seis años, el Clúster Audiovisual Aguascalientes:

“Funciona bajo esa consigna de la horizontalidad, de la escucha activa, de la plenaria y del trabajo en conjunto. Posteriormente sí entramos con ciertas comunidades, en la misma lógica, con horizontalidad, totalmente de respeto y con un acuerdo en común; que no sea una cuestión de imposición, de una mirada depredadora, sino siempre con respeto hacia eso”, comparte.

A partir de un esquema de intercambio (no siempre monetario) y de colaboración, el Clúster ha permitido la creación de diversos cortos y largometrajes, la realización del Festival Internacional de Realización Audiovisual, la potencialización de carreras, entre otras colaboraciones:

“Si no hay dinero, pues busquemos la forma de hacer las películas. Lo que sí es que no nos detengamos por la falta de recursos monetarios, sino busquemos otras formas de hacerlo”, dice.

El hoy: Sala Alternativa

El proyecto de Sala Alternativa, en el que ahora está embarcado junto con Vero Marín y Olga Amador, tiene ya historia. Fue fundado por Alex Aguilera, quien cimentó relaciones tanto con el público como con distribuidoras. Con el impacto de la pandemia, Alex decidió no seguir con el proyecto y se los ofreció.

Lo que era un sueño guajiro, algo para “hacer ya de viejo, donde pusiera las películas que me gustaran”, hoy tiene una cartelera que constantemente se renueva y que ya ha ofrecido películas Hojas de otoño como Aki Kaurismäki o Días perfectos de Wim Wenders.

En este nuevo contexto, la relación con el cine se ubica desde otros lugares, como la construcción de lazos con el público o los tratos con las distribuidoras, pero también le permite observar cómo funciona la recepción de un filme:

“No hay una fórmula de hacer una buena película. Se trata más bien de distintas condiciones contextuales, históricas, sociales, que permiten que una película pueda tener una trascendencia, una resonancia con el público, además del acompañamiento publicitario que pueda tener”, reflexiona.

Frente a otras formas de ver cine (como las plataformas), Abel Amador defiende la disposición, el acercamiento y la apertura, así como la posibilidad de crear vínculos y comunidad:

“La manera en que se comparten las películas de forma colectiva es algo que el humano no va a cambiar en ese sentido. Es muy bello ver cómo te conmueves con el otro, aunque ni se conozcan ni se hablen”, remarca.

Paciencia, perseverancia y cinefilia perpetua

Ante la imposible pregunta sobre sus cineastas favoritos, Abel Amador Alcalá nombra algunos: Jean-Luc Godard, Aki Kaurismäki, Carl Theodor Dreyer, ciertos filmes de Jim Jarmusch y Harmony Korine, Luis Buñuel, el propio Jaime Humberto Hermosillo, Nicolás Guillén Landrián.

Solo por dar algunos ejemplos, sobre el director de Hojas de otoño, comparte: “El humanismo que maneja Kaurismaki me parece muy valioso en estos tiempos de crisis y del capitalismo tan depredador que existe. Me parece que necesitamos un cine como ese: pensar que la humanidad no está del todo perdida”.

Sobre el director de Juana de Arco: “En el sentido de cómo te puede hablar desde un lugar espiritual sin tener que ser religioso necesariamente, me parece que Dreyer tiene esa cosa que no puedes definir, pero que te interpela como ser humano”.

Abel, Vero y Olga a lo largo de los años han insistido en el cine desde Aguascalientes. Los proyectos no cesan nunca: además de ocuparse de la postproducción de su corto Los hijos de Adán, Abel colabora ahora mismo con el proyecto experimental La melancolía es de Vero Marín y en el montaje del primer largometraje de Alejandro Rogua, Serenera.

Para 2024, el Clúster enfoca el proyecto Globo Blanco, cine por la verdad y justicia, dirigido a familias con personas desaparecidas o víctimas de feminicidio para enseñarles a utilizar los recursos audiovisuales y así puedan generar sus propios registros y realizar denuncias.

Prueba y error, muchas convocatorias, muchos apoyos no obtenidos, mucha perseverancia, le permite a Abel Amador Alcalá seguir creando y, sobre todo, seguir disfrutando del acto de sentarse en una sala a oscuras y ver encenderse la magia.

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